Nick Cave and the Bad Seeds: Push the sky away
Por 15 febrero, 2013 12:170


El decimoquinto disco de Nick Cave y los Bad Seeds viene marcado por varias cosas que pueden o no haber influido en su resultado final. La principal es que es el primer disco después del abandono de Mick Harvey, el único miembro que quedaba de los Bad Seeds originales. Otra es que también es el primer disco después de que Nick Cave decidiera finiquitar el proyecto alternativo de Grinderman, proyecto que, junto con los dos últimos discos de los Bad Seeds (“Abbatoir Blues/The Lyre of Orpheus” de 2004 y “Dig, Lazarus, Dig!!!” de 2008), mostraba que Nick Cave y las malas semillas todavía estaban en plena forma y con cosas importantes e interesantes que decir.
Lo primero que uno puede pensar al escuchar este nuevo disco es que estamos ante uno de esos discos reposados de Nick Cave como pudieron ser en su momento “The Boatman’s Call” (1997), “No More Shall We Part” (2001) o “Nocturama” (2003) pero en una primera escucha ya se nos revela que formalmente se encuentra alejado de ellos. De hecho el sonido del disco -que vuelve a ser producido, como en sus tres anteriores discos, por Nick Launay- resulta distinto a mucho de lo que nos tenía acostumbrado el australiano y su banda en estos discos nombrados y también en los últimos que había editado. Una de las primeras cosas que llama la atención es la sustitución, en muchos temas, del piano por el protagonismo de los teclados con un sonido menos clásico pero más orgánico. La ausencia de Mick Harvey ha dejado a Warren Ellis como el gran escudero de Nick Cave y podría ser una casualidad, aunque lo dudo, que el sonido del disco tenga más de un punto en común con las bandas sonoras que han realizado conjuntamente. Las canciones suenan como una especie de banda sonora para un imaginario western fantasmal como, por ejemplo, “Higgs Boson Blues” -con una letra con juegos de palabras tan hilarantes como desconcertantes como “Hannah Montana does the African Savannah“- y con momentos que albergan una tensión contenida que jamás llega a estallar como ocurre en “We Real Cool” o “Water’s Edge”. Las guitarras desarrollan líneas simples y repetitivas que buscan, en ocasiones, más el colchón ambiental de las canciones que el ritmo o la melodía. Sorprende también lo que son programaciones en contraposición a lo que puede ser la percusión habitual de batería -“We No Who U R”- que unida a los comentados teclados provoca que haya momentos que están más cercanos al ambient primigenio de gente como Brian Eno -“Push The Sky Away”- que al clasicismo crooner de los discos más arriba comentados. Las canciones tienen la particularidad de sonar minimalistas probablemente porque aunque revelan arreglos ricos (cuerdas, vientos o coros) estos están incluidos y ejecutados sin alardes y excesos. El disco se muestra compacto, unitario y sus nueve temas se revelan con muy pocas fisuras y con un nivel que en todo momento está en el notable o que puede llegar a rebasarlo.
Después de casi treinta años con un proyecto musical que cuenta con catorce discos a sus espaldas -quince con este- que todavía consigan dar una nueva vuelta de tuerca a su música habla de la grandeza de la banda y de lo bueno que es este disco.