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Arcade Fire – Reflektor: un baile por la épica

Por Ignacio Sánchez 0

Arcade Fire Reflektor

¡Qué dios nos pille confesados! Es lo que más de uno debió pensar tras el shock inicial que supuso el lanzamiento de “Reflektor”, en el mes de septiembre, y sus aires bailables. Mucha broma de LCD Fire, Arcade Soundsystem a cuentas de la producción del geniecillo James Murphy en esta nueva aventura de los canadienses, pero escuchado con paciencia y degustado bien el extenso trabajo que es Reflektor hacer cualquier comparación o referencia al productor neoyorkino no dejará de ser algo secundario.

Arcade Fire no quieren seguir sonando grandes, no quieren más épica grandilocuente en el 2013, cosa que no quiere decir que no sigan poniendo los pelos de punta con sus nuevas composiciones. En lugar de buscarle una vuelta de tuerca a su sonido y poder tropezarse e imitarse de mala manera como ocurría en algún pasaje de The Suburbs, los canadienses han optado por un pequeño salto al vacío, romper con casi todos los cimientos en los que habían estado trabajando y dejarse llevar por lo que les apetecía, y al grupo lo que le apetecía era experimentar. Así, Reflektor no es más que un collage que, aunque por momentos pueda parecer un sinsentido, está lleno de matices duales: el amor y el desamor, la alegría y la tristeza, la creencia y la incredulidad, conceptos que se complementan dando forma a las dos partes en las que han querido separar el trabajo inspirado en el mito de Orfeo y Eurídice. Y no, no se han lanzado desesperados en busca de un objetivo para darse de bruces cuando parecía que llegarían a la orilla, ellos sí que lo han conseguido.

Arranca el disco con el tema homónimo, auténtico aviso para navegantes de que a Win Butler y los suyos no solo les van los violines, acordeones y demás orquestación preciosista, sino que con sintes y teclados son capaces de crear la misma comunión que con “Wake Up” o “No Cars Go”. Unos primeros minutos que dejan ver los nuevos compañeros sonoros de viajes que nos acompañarán en el resto del álbum, donde en su primera parte prima la percusión y teclados. El aroma carnavalesco y tropical en el que se ha gestado Reflektor se deja oir en la descomunal “Here Comes The Night Time” y en “Flashbulb Eyes”, temas que saben introducir el ritmo en el cuerpo de igual manera que las pegadizas y tarareables “You Already Know” y “Joan of Arc”, esta segunda con un aroma muy Blondie. Completan esta primera parte del viaje los dos temas que más nos pueden recordar a The Suburbs, “We Exist”, que a pesar de ese bajo tan a lo “Billie Jean” nos ofrece al poco un sonido reconocible con uno de los pocos momentos corales, y “Normal Person”, heredera de la fuerza de “Month of May”.

A partir de ahí dejamos atrás la alegría de desenfreno y nos encontramos a unos Arcade que buscan llegar a la emotividad de antaño a través de desnudar sus canciones y sonido. Un camino de sonidos apagados que se inicia con “Here Comes The Night Time II”, quizá el tema más prescindible dentro del global del álbum, y que da paso a joyas como “Awful Sound (Oh Eurydice)”, a medio camino entre lo viejo y nuevo con esa lenta pero imparable ascensión que lleva al grito al unísino como en los viejos tiempos, “It’s Never Over (Oh Orpheus)” y “Porno”, para llegar al sol que ilumina el fin del viaje; “Afterlife”, una soberbia canción llena de magia y vitalidad ante la contención vivida con anterioridad. Liberación y reivindicación en unas nuevas creencias, un punto en alto antes del cierre sosegado con “Supersymmetry” y su delicado juego de voces entre Win y Régine. Y no, no dura once minutos, si quieren parar el disco a partir del minuto seis pueden, no se perderán nada especial, solo un pequeño juego como ya han hecho algunas otras bandas, para los que parecen haber nacido ayer.

En un mundo capitalista y consumista donde se vive a 200 kms/hora y donde lo que hoy has escuchado en dos segundos mañana lo habras olvidado, Arcade Fire reman contracorriente sacándose del bolsillo un trabajo extenso, más de setenta minutos, e inconformista, que para los fagocitadores actuales de música supondrá una dolora indigestión. Una bendición y alegría para los que nos temíamos una repetición de sí mismos y que abre nuevos horizontes a una de las formaciones que está marcando la música de este siglo XXI. Un disco que, aunque suene manido, se disfruta y con creces mientras más se escucha.


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Nota
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