El Último Vecino y Los Punsetes, un incendio en la Sala X
Por 27 noviembre, 2014 21:220


El colectivo Canada aterrizó en Sevilla el pasado sábado con la intención de dar guerra a la noche de la capital andaluza. Acompañado por dos de las bandas que publican bajo el sello, Los Punsetes y El Último Vecino subirían al escenario de la Sala X para presentar sus últimas grabaciones en tierras sureñas.
Al filo de la medianoche, con un considerable retraso que incomodó a los asistentes y parece ser un mal endémico instalado en las salas de conciertos de la ciudad a corregir cuanto antes, Gerard Dòria, líder de la banda barcelonesa El Último Vecino, se hacía con el micro sobre el escenario. Principal responsable del revival de estilo que cultivan, ataviado con vaqueros altos y una camiseta de estampado geométrico atrajo al momento las miradas de todos. Distorsionada la percepción por las sombras de la sala, la imagen de Gerard moviéndose entre los hazes de luz nos hacía volver treinta años atrás, a unas secuencias que parte del público sólo recordará como vídeos de archivo.


Manual de estilo cuyas pautas parecen devolvernos a La edad de oro, y no hablamos aquí del universo surrealista del director turolense, sino de aquel delirante catálogo de personalidades que mostraron las cámaras de la televisión pública en los ochenta. La similitud se aferra a nuestra cabeza a medida que se suceden las canciones, herederas de la generación pop nacida del sintetizador. Gerard, sorprendido, miraba al público que ya reconocía varias de sus letras, un recibimiento inesperado para los que aún son noveles fuera de su tierra. Este rasgo fue únicamente visible para los seguidores de su trayectoria, ya que el escenario desveló un impecable directo cuya piedra angular es el personal estilo del vocalista. Juegos de baile, entre el descaro y la timidez al abrigo de la penumbra.
Movimientos encriptados como las letras de su homónima ópera prima, en cuyas estrofas las frases se suceden desvelando fragmentos de una realidad esquiva, a la que nunca llegamos a acceder. Haremos más llevó una significativa dedicatoria a un amigo de la banda, Sergio, agradeciendo el poder seguir tocando para él. Llevando la vida cotidiana del grupo al escenario, fue una improvisada muestra de cercanía que parece parte del modo de ser de la banda. Gerard compartió sus atenciones con todos los presentes, agradeciendo el apoyo y recomendando evitar comer carne. Con el gusto exótico del estribillo ‘chica volcánica, fruta volcánica‘ en boca de todos, se fundió a negro el pegadizo ritmo del teclado.


Negro, negro denso y pegajoso como el residuo dejado por el fuego, el mejunje de escepticismo mezclado con distorsión de los madrileños Punsetes era untado a conciencia en lo más profundo del oído. Su última grabación vuelve al título aséptico, LPIV (Las montaña nevadas del Canada, 2014), dibujando una vez más un retrato mordaz y crudo de las miserias cotidianas cubierto con fina pátina de líquido inflamable listo para ser entregado a las llamas. Con el mínimo espacio en un ajustado escenario, Ariadna encajaba inmóvil optimizando lo restante para la banda.
Envuelta en pliegues imposibles de tela azul eléctrico, se mantuvo fiel a la decisión de prescindir del baile y con la mirada fija al frente descargar la batería de letras colocada sobre el atril. En contraposición, Manu, conocido como Anntona, apuraba cada centímetro cuadrado de escenario, exprimiendo al máximo la guitarra. Una trascripción al directo de la manera de componer de una banda que ha deformando la línea instrumental progresivamente hasta acercarse al sonido del indie nacional de los noventa, utilizando la distorsión como vía de escape visceral frente a la fría narrativa. Como declaración de intenciones nada más comenzar encadenaban el cierre del último disco, Nit de l’Albà, con Bonzo, dos referencias al fuego como única vía de redención, que no sólo abrasó el ambiente sino también los tímpanos por culpa de una guitarra sonando a excesivo volumen.


Si El Último Vecino dejó el interior de la sala convertido en un cálido refugio, Los Punsetes había borrado cualquier atisbo de comodidad. El sarcasmo y la ácida ironía de sus letras, en las que pidieron dinero sin tapujos o hablaron de darle un escarmiento a la ciudad, que se lo está ganando a pulso, se sazonaron con una remezcla de vídeos por la que pasaron desde los píxeles de un videojuego hasta una panda de descerebrados aficionados a los encierros, un universo de referencias que se percibió algo frío desde el público y que no llegó a conectar hasta que aparecieron los temas más reconocibles de su discografía.
Con mucho gusto les hubiéramos dado esa buena paliza que nos pidieron como despedida, sobre todo, por el estado de nuestros oídos, pero no son malos chicos en el fondo y en este país hay gente que se lo merece más, así que reservamos nuestros puños americanos para la próxima ocasión.