Festival de cine de Leeds: El día de las obras maestras
Por 25 noviembre, 2014 14:210


Lo mejor del festival de cine de Leeds se hizo esperar. Retrospectivas que elevan el cine a la perfección y lo convierten en ese arte que aúna lo mejor y lo peor de la concepción humana. Estas películas tienen una grandísima carga audiovisual, filosófica y social, por lo que en un futuro no muy lejano las analizaremos individualmente de una forma mucho más densa y pausada, a modo de ensayo en lugar de crónica.
Cría Cuervos (1975)
Lo de Ana Torrent es un escándalo. Yo no sé quién llevaría la agenda de esa niña, pero que en 1973 participase en la maravillosa El espíritu de la colmena y tan solo dos años después sea la protagonista de Cría Cuervos es como para que Íker Jiménez le dedique un especial en su nave del misterio. En tan solo dos años ha conseguido guiar al espectador nacional en dos de las mejores historias de toda su historia filmográfica, cintas dotadas de magia magnética, de esa que no se olvida, que se te queda en el subconsciente y te convierten en filósofo de almohada. Pero no vamos a darle el mérito a quien no se lo merece. El artífice de esto no es otro que el gran Carlos Saura y su productor Elías Querejeta (otro que también tenía mal ojo), que nos han dejado esta pieza oscura y abstracta de psicodrama para recordarnos algo que normalmente se nos olvida, y es que hay que llevar la cabeza bien alta en esto del cine nacional.
Cría Cuervos nos cuenta la historia de una niña que tras perder a su madre ha de afrontar la muerte de su padre y vivir con ello junto a sus dos hermanas. Lo que podría ser un melodrama de manual se convierte en una fábula terrorífica de la infancia, en un ensayo sobre el súper yo y sus fases escolares, en la diferencia en el análisis de la tragedia desde los ojos de una niña y los adultos, de la pérdida y el matrimonio, de la muerte del amor y la esperanza en el recuerdo. Cría Cuervos es eso y mucho más, no podemos encerrarla en una superficial muestra de pedantería existencial, aquí todo tiene una función, desde su imaginativa y arriesgada formalidad, desafiando al espectador con una planificación conceptual, a su montaje poético e ideológico que nos invita a guiarnos por la intuición en lugar de la razón, a que sintamos y busquemos en los personajes las piezas perdidas de nosotros mismos.
Para la historia del recuerdo quedan imágenes como el baile entre las hermanas o la escena de Ana cantando “¿Por qué te vas?”, el tema de José Luis Perales interpretado por Jeanette que nos muestra el paso de la infancia a la madurez del personaje, que junto a sus hermanas, juegan a ser mayores interpretando los roles de los adultos, acertando de lleno y simplificando problemas que para ellos son un mundo. ¿Realmente es tan importante el egocentrismo de la madurez? La muerte es el gran tema de la obra, pero en su más amplio sentido. No hablamos de la muerte terrenal, hablamos de la muerte en la existencia, en el sentimiento. Para las niñas la muerte es algo natural y traumático (especialmente para Ana) mientras que los adultos han aprendido a olvidar lo que es la tragedia. Se han convertido en seres pasibles, que no reparan en entender como las consecuencias de los actos pueden convertirse en catástrofes que destruyan una familia desde sus cimientos, catástrofes que germinan como enfermedades que hacen retorcerte hasta lo inhumano. Cría cuervos y no te sacaran los ojos. Cría cuervos y te enseñaran a volar.
Te gustará: Si buscas la complejidad en la vanguardia y escarbar en los recuerdos
No te gustará: Si el cine más experimental te produce jaquecas
Nota 9/10
M (1930)
La cinta de Lang ha sufrido varias censuras, pérdidas de material sensible o deterioro del celuloide que a lo largo de los años ha hecho sacar al mercado distintas versiones del mismo producto. En 2011, el BFI consigue recrear la cinta de Lang tal y como éste la concibió, y en su restaurada versión, nos permite ahondarnos en lo más profundo de la Alemania del periodo de entreguerras. Porque como en todo el expresionismo alemán, la historia que no se cuenta es siempre mucho más interesante que la historia en el primer plano narrativo. La historia de un asesino que no es consciente de su condición, que se deja guiar por la oscura dualidad humana y que consigue bloquear sus pensamientos a través de estas matanzas. La corrupta e ineficiente policía, incapaz de encontrar al asesino de niños que anda suelto por la ciudad, obliga a un grupo de ciudadanos a tomar la actividad a través de una serie de actos ilegales en un ensayo sobre si el fin justifica los medios, cuyo clímax se alcanza en los últimos pasajes de la historia.
Lang juega con el uso del sonido (de las primeras películas alemanas que contó con este recurso), principalmente con el uso del sonido ambiente, grabado a posteriori, para dotar a la ciudad de una vida y tridimensionalidad inaudita hasta el momento en el mundo del cine. En una muestra de ejemplar adaptación a los nuevos medios, no relega al apartado sonoro a nimiedades, lo encumbra hasta ser el principal giro de guion en la historia con cierto silbido delatador.
M es una cinta que destaca por su modernidad estética, su avanzada mezcla de elementos técnicos y el increíble uso del silencio en un cine cada vez enfocado a ese nuevo descubrimiento sonoro. Es el arquetipo de manual para mostrar a los aspirantes a cineastas cuándo un personaje ha de hablar y cuándo no, cuándo lo que no se dice tiene más importancia que las palabras vacías, o cómo el silencio puede ser el mayor arma de incertidumbre en la historia. Este complejo anagrama que Lang nos ofrece, unido a su exquisita y profunda complejidad moral y social, por ese juego de quién es el monstruo, lo voluble de la moral cuando esta se ve encerrada dentro de la masa y un contexto adverso, la facilidad de convertir a los corderos en verdugos y la frágil línea que existe entre el autoengaño y la manipulación, son elementos tan inherentes y transversales al ser humano, que esta M debería ser una cinta de obligatorio visionado en las escuelas. Pero bueno, seguro que es más importante dar ciencia para el mundo contemporáneo.
Te gustará: Fritz Lang, expresionismo, condición humana y fatalidad extrema. ¿Queréis que siga?
No te gustará: Si el tempo de la cinta no te parece el adecuado. Aguanta hasta el final y veras que todo colisiona.
Nota: 9/10
Persona (1966)
Comienza la última y mejor proyección del ciclo Bergman en el Fårö, y yo no puedo estar más excitado. El mejor arranque de la historia del cine no se hace esperar y el poético juego de imágenes que nos adelantan todo lo que vamos a ver a continuación (sexo, muerte, absurdo, y espectáculo) nos lleva a una especie de tanatorio en la que cierto aborto parece cobrar vida y buscar a su madre en una pantalla que, a nivel meta fílmico y jugando con la pantalla dentro de la pantalla, nos muestra los títulos de crédito y nos deleita con el mejor cine dentro del cine que se recuerda. Cinco minutos de diamantes que Bergman pulirá hasta el final.
Persona nos cuenta la historia de Elisabeth (Liv Ullman), una actriz de teatro que en mitad de una representación de Electra pierde la voz, quedando en un shock por el que será hospitalizada. Allí conocerá a Alma (Bibi Andersson), la enfermera de la clínica que será enviada junto a Elisabeth a una villa apartada de la ciudad para favorecer la recuperación de la estrella. Realmente no importa esta sinopsis. Lo que importa es el silencio como hecho fundamental de la historia, e incluso en la obra de Bergman El silencio (1963) para comprender este juego de interpolación personal, de aparición del doble en los momentos de oscuridad y el bloqueo mental de uno mismo, capaz de borrar y mezclar recuerdos a su antojo.
No existe Elisabeth como personaje en sí. No existe Alma como personaje en sí. Son las dos caras de una misma moneda, una es la voz que intenta calmar a su espíritu hablando y hablando, contando sin miedo cualquier suceso de su vida, intentando demostrar que está limpia, y la otra es la voz traumática encerrada en el silencio ante un hecho que no consigue perdonarse. Difícil ahondar en estas cuestiones sin desvelar gran parte de la trama. Difícil, pero Persona es algo así como el ensayo definitivo del alma humana dentro del cine. Aquí nada es casual, ni que el personaje principal se llame Alma, ni el inicio que más sangre ha hecho derramar a neurocirujanos de Estocolmo, ni que la obra que interpreta Elisabeth sea precisamente Electra, ni que veamos una misma escena dos veces seguidas, rodada desde distintas perspectivas. Persona es el laberinto de nuestro cerebro, y como tal, no nos deja dormir y nos guía a alucinaciones personales nocturnas, a crear historias de la nada, del vacío que parece huir a nuestro salto y la ósmosis más enfermiza. Persona es la desmembración del sentido en su más profunda concepción, es la pérdida de cualquier punto de eje en el cine, donde todo está permitido y todo es prohibición. La gran obra maestra de Bergman rompe a nivel visual con todo, consigue jugar en la liga de la sensualidad de lo desconcertante, de la belleza del silencio y la fragilidad del cristal, todo ello con naturalidad acojonante, gracias sin duda a sus musas personales y diosas colectivas del cine sueco. Bibi Andersson regala a la historia del séptimo arte el relato más erótico, enfermizo y excitante de una infidelidad intuiblemente pederasta. Más de una hebilla se desabrochó en la sala. Pero esto no es un hecho aislado, la cinta desprende una sexualidad angustiosa y extrañamente atractiva, pese a no contar en ningún momento con escenas o encuentros propensos a ellos. Bergman juega con nuestra mente, nos deja llenar los huecos que él, a modo de milimétrico cirujano, ha ido añadiendo al metraje consiguiendo que la película sea parte de nuestra cabeza, que nuestros peores pensamientos extrapolen las conductas de unos personajes, que irremediablemente, forman parte de nosotros desde el inicio del visionado hasta el fin de nuestros días.
Te gustará : Si cuando acabe Persona te quedas con una sensación de que te han dado una paliza mental, de haber vivido otra vida que no es la tuya, de amar a las mujeres y odiar a las mujeres por igual, despreciar al ser humano pero irremediablemente necesitarlo, entonces te habrá gustado Persona. Y el cine. Y la vida.
No te gustará: “tío, qué peli más rara jeje”.
Nota: 11/10
2001: A Space Odyssey (1968)
Mi primer encuentro con 2001 fue hace ya tiempo, cuando el cine era solo una conjunción de imágenes con cierto estilo, pero no veía los hilos invisibles que vertebraban los esquemas narrativos ni visuales. Cuando mis ojos eran ignorantes que no querían ver más allá de la primera capa, ésa en la que un trozo de piedra desconocida era un trozo de piedra desconocida, y no probablemente, el mayor enigma de la historia del cine. Así que estaba nervioso, como si fuera mi primera cita. No solo iba a disfrutar de un espectáculo visual sin parangón, esto era un examen personal para mí. Y desde el comienzo arrollador en el que Richard Strauss nos pone gallina de piel a todos los mortales, a los paisajes oníricos del inicio de los tiempos, o ese felino de ojos de oro que hoy en día aún sigue siendo algo difícil de explicar, nos vamos al amanecer del hombre.
¿La maldad es inherente al ser humano según Kubrick? Sí, lo es. Es la inteligencia la que delimita ese grado de maldad, la libertad de ese homínido para crear su primitiva aunque letal arma de jaque en la manada, en uno de los mayores iconos de la historia del arte contemporaneo, la del hueso de Strauss que vuela en éxtasis salvaje hacia la mayor elipsis del cine. Nos vamos de viaje con el hueso al futuro, millones de años han pasado en este trayecto y Kubrick, lo convierte en un satélite que vuela libre por la estratosfera. Kubrick encuentra en el espacio el espacio para hacer lo que le da la gana, mostrarnos su enfermiza y loable pasión por los compositores clásicos en un onanista viaje de naves por la galaxia, algo que de nuevo cuesta creer cómo se ha llegado a rodar en 1968 y no hace más que dejarnos con la boca abierta, perdidos ante la inmensidad.
La segunda parte de la historia nos pasea por una nave para mostrarnos cómo es el futuro y guiarnos en las reglas del nuevo juego creado por los humanos. La inteligencia que posiblemente se podría aplicar a la maldad del primate parece coaccionada por un complejísimo sistema donde todo está controlado hasta el absurdo. Los juegos visuales en las escenas con la gravedad cero le queman a uno las pocas neuronas vírgenes que le quedaban, el preámbulo perfecto para llegar a Júpiter, donde algo raro está pasando. Nos encontramos en ese gigante gaseoso a nuestro viejo amigo, el monolito, ese símbolo que le dio la inteligencia a los homínidos para que avanzasen, pero ¿por qué camino? ¿Eligieron bien su destino? ¿Estamos condenados a una decisión arbitraria desde el inicio de los tiempos?
Tercera parte, la inteligencia artificial. Quizás el mayor grueso de la historia, la trama más consistente dentro de estos capítulos que Kubrick nos enseña para entender su universo. Hal 9000 es el ordenador más avanzado del momento, capaz de controlar todo el sistema de la nave e incluso, capaz de desarrollar emociones. ¿O no? La tercera parte es la crónica de una muerte anunciada de la robótica, de cómo en su afán de facilitar la existencia del ser humano, éste acabará destruido por su propia creación. La religión del futuro.
Los conflictos entre Hal y David, el protagonista, propios de su distinta concepción racional y emocional, son el punto de inflexión que nos llevará a través del mayor viaje de la historia del cine, un salto al más allá, a lo desconocido, una tabula rasa espiritual donde David cierra el círculo de la vida, donde por fin, a lo largo de toda la historia de la humanidad, consigue ignorar el monolito, liberarse de la pesada carga espiritual y convertirse en el superhombre que Zaratustra siempre deseo.
2001 es arte, es filosofía, es rabia, condiciones que solamente pueden darse tan homogéneamente en este bello arte llamado cine. Cuando uno termina de ver 2001 en una pantalla grande aplaude consciente de que lo que acaba de ver le superar a sí mismo como individuo, con ojos húmedos ante la belleza, tan efímera en estos tiempos, que Stanley ha conseguido mostrar al mundo, en el eterno retorno de la historia del cine.
Te gustará: Si tiendes al infinito.
No te gustará: Si te aburren esas 2 horas y media de música clásica en el espacio. En cuyo caso, te recomendaría ir a ver 8 apellidos vascos, dicen que es la leche.
Nota: 11/10