El milagro D’Angelo
Por 28 enero, 2015 20:390


La popularidad de Michael Eugene Archer, conocido sobre el escenario como D’Angelo, se disparaba en las primeras semanas del nuevo siglo a la misma velocidad que el travelling de cámara recorría sus abdominales. El single más comentado de Voodoo (Cheeba Sound, 2000) conseguía los mejores picos de audiencia gracias a su explícito vídeo, a la vez que el minucioso trabajo de D, construyendo un delicado soul por capas a lenta velocidad, quedaba difuminado en el ruido mediático.
Como un efecto contagio, la música y vida del productor de Virginia comenzó a distanciarse progresivamente del estudio y los escenarios, y frente a su insistencia por recuperar la atención hacia el trabajo, las únicas líneas escritas sobre él ocupaban la sección de sucesos, rozando la situación sonrojante cuando no la tragedia. A la vista de los medios, D’Angelo parecía seguir los pasos que recorrieron algunos de los músicos con más talento en el soul, y el rumor constante acerca de su próximo disco difundido principalmente por su amigo y colaborador ?uestlove, a quien se veía efusivamente confiado con el nuevo sonido, el sucesor de Voodoo seguía sin fecha de lanzamiento.
A finales de 2011 el trabajo se encontraba prácticamente finalizado, según las palabras del líder y percusionista de The Roots sólo parecía restar el último empujón. Sin embargo, el tiempo en el estudio se detenía para D’Angelo, y en esa predilección por bucear indefinidamente en los sonidos de sus predecesores, volvía a rastrear la música negra para resucitar a Marvin Gaye, sacar del olvido a Sly Stone o hacer el sobrehumano esfuerzo de reunir en un disco al clan dirigido por George Clinton. Si tal empresa parece difícilmente alcanzable, a ella debía sumarse el gusto por los medios análogicos, algo que ya demoró hasta la extenuación la grabación del predecesor de Black Messiah (RCA, 2014). Durante las exhaustivas jornadas vividas para Voodoo dentro de los Electric Lady Studios, construidos por Jimi Hendrix en el centro de Manhattan, los rollos de cintas 2″ quad giraban sin descanso, llegándose a gastar 120 según las palabras del ingeniero de sonido Russell Elevado, siguiendo las órdenes de un D’Angelo empeñado en grabar cada una de las pistas en directo.
Teniendo en cuenta los precedentes, la eternizante espera por un disco del que ni siquiera se conocía con claridad el nombre, bajo el título de James River se lanzó un avance en 2010 que apenas duró 24 horas online, hacía temer por la cancelación súbita del proyecto. Una circunstancia inesperada se cruzó entonces en el camino del productor y sus colaboradores, la sociedad norteamericana amanecía con la muerte de Michael Brown en las portadas de los periódicos desencadenado una ola de protestas contra la discriminación racial en la comunidad negra, y, como el efecto resonante de una vibración mayor, entre las paredes del estudio neoyorquino se aceleraba el ritmo, dando un giro radical a las composiciones de D’Angelo.
Con igual virulencia que los disturbios que azotaron el estado de Missouri, así se inicia el recorrido por el manifiesto en que se ha convertido Black Messiah. Pieza clave en él, 1000 Deaths compila en un corte el mensaje dado por el álbum desde su título. Rompiendo la intro donde se fusiona el discurso apocalíptico de Khalid Abdul Muhammad con la proclama del activista Fred Hampton, la voz de D’Angelo inicia un titubeante alegato al valor, súbitamente apropiado por un coro que, en ascensión final, rozan el desgarro mientras la guitarra alcanza sus riffs más agresivos. La pista más incendiaria del disco, con paralelismos en un Prince liberado de ataduras, no es la única en la que cristaliza el mensaje político. Aminorando la velocidad, D’Angelo vuelve a los familiares dominios del soul melódico, acompañado por ?uestlove a la batería y Kendra Foster en la voz, sobre una robusta y cohesiva línea de bajo a las manos de Pino Palladino, el resultado es una pieza con tan atractiva calidez, similar a Brown Sugar o Untitled (How Does It Feel), que sorprende cuando traza el retrato de aquellos a los que sólo se recuerda como una silueta sobre el asfalto.
A medida que avanzamos por Black Messiah, la voz de D’Angelo se vuelve cercana, disminuyendo el volumen reivindicativo para acercarse progresivamente a nuestro oído hasta convertirse en susurro, ahora la temperatura no se eleva con la llama de la revolución sino por la proximidad corporal. Retoma aquí el productor su lado más mundano, siendo conocido como uno de los más directos letristas a la hora de escribir sobre el amor carnal, sin embargo, la intimidad de D’Angelo no es ya sólo una combinación de sexo y drogas. Tras sus últimos años de excesos, llegando a desvincularse progresivamente de la música, las letras exploran un terreno de dudas. Frente a un presente incierto, lo difícil de volver a hacer que todo funcione — ‘I wanna go back, baby, back to the way it was‘ — hasta el punto de añorar el pasado, pero también la posibilidad de recaer en las sombras. La ayuda de Kendra Foster, colaboradora del colectivo Parliament/Funkadelic, ha hecho alcanzar a D’Angelo una profundidad cercana a la madurez en la composición, campo inquieto, donde aflora la fructífera ayuda de alguien con el bagaje musical de ?uestlove, capaz de mover el soul desde el doo-wop al gospel, meterse de lleno en el blues o rozar el jazz.
La llegada de Black Messiah, más allá de la interpretación de su título como la necesidad de un salvador o un canto al empoderamiento social, supone para D’Angelo la propia redención. Un camino liberador iniciado en aquella fugaz vuelta a los escenarios el verano de 2012, cuando aún no había manera de saber qué se podría esperar de su futuro, decidiendo versionar el When I Die de Motherlode como presentación. La elección no parece casual, como nada en la carrera del de Virginia, sabiendo que esa misma canción fue sampleada en loop por su gran amigo y colaborador J Dilla para cerrar Donuts (Stones Throrow, 2006), último disco publicado antes de su muerte. Si leemos su primera estrofa — ‘When I die I hope to be, a better man than you thought I’d be‘ — es una clara declaración de intenciones de un artista decidido a no volver a traicionar a su corazón, y más concretamente a la parte que concierne a su música.