Sufjan Stevens: el arte ocurre
Por 23 marzo, 2015 20:480


10.0
“El arte ocurre”, decía el pintor James Whistler. Como la vida. Arte y vida, vida y arte. Ambas cosas se mezclan, sin ser lo mismo, se retroalimentan. El arte sirve para entender -que no desentrañar- un poco la vida, la vida sirve para entender un poco el arte. En medio está el llamado artista, una especie de demiurgo, más que creador (entendiendo que juega con herramientas existentes), que consigue amalgamar ambas cosas, arte y vida o vida y arte, para crear algo nuevo, algo necesario (que no utilitario). Sufjan Stevens es un artista, es un demiurgo, que busca comprenderse -explicarse- a si mismo y que, de paso, nos ayuda a que los demás nos entendamos un poco más como seres humanos. Nadie conoce a nadie completamente, nadie se comprende del todo pero todos buscamos entendernos; Sufjan busca comprenderse a través de sus padres -una madre biológica fallecida en 2012, un padre adoptivo- que dan título a esta nueva obra, porque entiende que el ser humano también se explica a través de los demás y ¿sobre que personas podemos explicarnos mejor que sobre nuestros progenitores? Generalmente, comprenderlos a ellos, en muchos casos es comprendernos a nosotros mismos, porque en gran parte, como decía Francisco Nixon, “todos acabaremos siendo nuestros padres”.
Este nuevo LP viene después de cinco años (¡cinco años ya!) sin publicar material nuevo, tras sorprender en su momento con un EP que casi era un disco largo en toda regla (“All Delighted People”) y un LP (“The Age of ADZ”) que buscaba expandir su sonido más allá de ese folk-pop preciosista y heterogéneo con el que generalmente construye sus discos. Ahora, con este “Carrie & Lowell”, vuelve a la senda de la raíz folk con su estilo de fingerpicking al que acompaña de su personalidad intransferible, de su heterodoxia de arreglos de teclado, coros de voces (donde siempre destaca esa voz principal angelical y susurrante de Sufjan), acompañamientos de alguna guitarra eléctrica o alguna base programada, todo ello unido a las colaboraciones musicales “subliminales” de Laura Veirs, Casey Foubert, Nedelle Torrisi, Sean Carey, Ben Lester y Thomas Bartlett. Unos arreglos que resultan contenidos, justos, a la par que preciosistas y que dotan a muchos de los temas de Sufjan de ese aire sacro que muchas veces exuda su música. Vuelve en este nuevo disco al folk que caracterizaba discos como “Michigan” (2003) o “Seven Swans” (2004). Vuelve la sombra de la religión en los temas (en música y letra), temas sobre el amor y la pérdida, la vida y la muerte, la infancia y la vida adulta, todo ello en un disco que se mueve en un ambiente que parece bascular entre la luz y la oscuridad, entre el despertar y la duermevela.
Sufjan nos entrega once temas entre los que no hay ni uno solo que sobre, donde todos, según el momento, pueden ponerte los pelos punta y en esa situación de indefensión sensible que sólo las grandes obras provocan. Un disco testeado, por mi parte, en domingos de resaca, antes y después de lunes de grises de trabajo, en mañanas soleadas, tardes apacibles, como acompañamiento de lecturas (del manga “Barrio Lejano” una obra con la que comparte ese tratar de comprender las figuras paternas y maternas), etcétera. Testeado en buenos y malos momentos, simplemente para comprobar que es de esas obras, como casi todas las de Sufjan, que, a su manera, te salvan el día, la semana, el mes… la vida en cierta parte. Esa vida que, como el arte, también ocurre.