La remezcla cultural de Glazz
Por 14 abril, 2015 18:560


La noche grande del carnaval gaditano el grupo porteño Glazz llegó a la sala sevillana Caja negra con el zumbido del pito de caña, coloretes en las mejillas y la decisión de ser la alternativa a un San Valentín en honor al consumo. Sus influencias abarcan desde el rock progresivo al jazz, del funk al flamenco, manejando la guitarra, el bajo y la batería con plena libertad compositiva hasta perder la referencia de a qué lado del Atlántico nos encontramos.


Siguiendo los callejones del barrio de la Alameda, aquellos a los que la gentrificación les ha robado despacio pero sin pausa las sombras y luces de otras épocas, se llega a uno de los rincones donde aún se encienden un par de velas cada noche bajo la foto de Silvio. Desde la izquierda del escenario, acompañado de un paquete de ducados y un trago de Magno, la voz de Sacramento mira hacia una tarima por la que pasan los últimos supervivientes de las páginas reales de Canijo, esas de las que nadie escribió el principio en el banco de una plaza o el final tras los muros de un solar. Tarima de los pasos perdidos para las madrugadas del mayor de los Amador, reservada ahora a tres músicos venidos de la misma bahía donde los hermanos fundadores de Pata Negra bebieron sus primeros compases de jazz.
Glazz lo forman José Recacha a la guitarra, Javi Ruibal a la batería y Daniel Escortell al bajo, compartiendo una sola regla, liberar de ataduras de estilo a sus instrumentos en el estudio y en directo, objetivo cumplido con creces a la hora de poner en práctica un guión en el que se fundían las dos primeras grabaciones de la banda. Apasionados por la peripecia en el escenario, no es casualidad que hayan decidido rotular Cirquelectric (Lo Suyo, 2012) a uno de sus discos, y un repertorio cargado de términos circenses es el espejo que mejor refleja esa actitud dispuesta a aceptar el riesgo de ir más allá, manteniendo al oyente en el mismo bucle de tensión y sorpresa que el atento espectador ante quien se la juega en cada número bajo una carpa.


Aunque la estructura base del concierto parte de una lista de canciones, el mapa de títulos sólo puede considerarse un primer esbozo de la pieza final, capaz de mutar en cada momento con la misma vivacidad a la que responde un organismo vivo. Habilidad para improvisar heredada de una infancia al calor de los palos del flamenco y la prolija descendencia de las músicas negras afroamericanas — jazz, blues, funk — llegadas desde el otro lado del Atlántico, y pulida con el paso de los años en sesiones de estudio dedicadas a explorar cada una de las variables posibles a la hora de rasgar una cuerda, vibrar un plato, golpear el bombo o modificar los circuitos del sintetizador. Material ensayado que queda sometido a las reglas de un nuevo tablero de juegos, un ensamblaje móvil de triple combinatoria con facilidad para simultanear el funk improvisado cortesía de la escuela de George Clinton o Bernard Edwards con ascensos y descensos por las escalas de las instrumentaciones progresivas, paralelas a clásicos como Genesis o Yes, dando libertad a un esquema rítmico donde la cadencia del bepop se conjuga con el compás acelerado de la bulería.


En torno al leitmotiv de la improvisación, los lenguajes sonoros son procesados por las tripas de la ciudad, hasta perder su pureza primitiva. Laberinto de cables que acoge los pulsos eléctricos y sirve de molde para dar forma a la mezcla, un ser mestizo de carácter punzante y afilado en cada punteo de cuerdas, frío como el brillo del acero, pero también cálido y lúbrico como los vapores de un motor industrial. Las huellas del camino entre la playa y la ciudad, rastreadas en los títulos de sus cortes, nos hablan de la senda simétrica seguida por unas melodías sintetizadas al contacto con el magma urbano contemporáneo y las formas de producción artificial. Máquina eléctrica del ilusionista desconectada al cruzar la medianoche por obligación de la normativa municipal, cayendo el telón con un golpe seco que deshacía el juego de manos y dejaba expuesta, sin aditivos, las telúricas raíces de Glazz.