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St. Lucia – Matter

Por Juanjo Rueda 1

6.0

Nota
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¿Existe un sonido “ochentas”? A principios de este nuevo siglo la sombra de esa década volvió para quedarse de forma permanente como un espectro que sobrevuela la música de nuestro tiempo junto con otros fantasmas del pasado que están ayudando a construir nuestro presente (como el garage rock y la psicodelia de los sesenta, el post-punk de finales de los ochenta, etcétera). Generalmente cuando nos referimos a los ochenta nos hemos acostumbrado a asociar esa década con un pop sintetizado que se hizo carne adolescente y afianzó una serie de características en esa década, un pop sintetizado que se hizo un hueco importante y destacado en la música comercial de ese periodo. Los ochenta, quien tenga un poco de interés musical, sabrá que ha sido mucho más musicalmente, pero al igual que hoy la música global (esa que suena nivel planetario y tiene millones de visitas en YouTube) viene marcada, nos guste o no, por estilos como el hip-hop, el R&B o la EDM, por nombrar algunos estilos dominantes, en los ochenta el synthpop fue una de esas etiquetas dominantes que precisamente por su carácter global ha quedado marcada muy profundamente en la memoria de oyentes que tuvieron cierta consciencia durante esos años.

St. Lucia es el proyecto de Jean Philip Grobler, músico sudafricano afincado en Nueva York y que parece, oído este segundo LP, que ha sido uno de esos oyentes marcados por la estética musical del synthpop de los ochenta. Ya se intuía esta influencia en su primer disco largo, un “When the Night” (2013) donde temas que apuntaban a una épica bailable convivían con otras canciones que habían sido recogidas en EPs previos y que tenían un halo de contemporaneidad que les acercaba a bandas como los primeros Yeasayer, Washed Out o Yatch, a pesar de la evidente deuda que todas estas bandas han tenido y tienen con la década de las hombreras. En este segundo disco largo de St. Lucia, la influencia de bandas como Bronski Beat, Frankie Goes to Hollywood, OMD o Devo resulta bastante clara en los andamiajes de las once canciones que componen este disco. Un disco en el cual su principal debe reside en ese evidente perfume a retro y cuyo principal haber está en la habilidad que tienen para construir un puñado de temas pegadizos, con la melodía y el estribillo efectivo como base fundamental. Un disco en el cual sólo una canción baja de los cuatro minutos, haciendo que en algunos momentos se regodeen en la búsqueda épica del estribillo coreable. Como digo, muestran cierta personalidad en algunos momentos, dentro de las deudas evidentes, para manejar los referentes y conseguir canciones evidentemente pegadizas como “Do you remember?”, “Dancing on Glass”, “Physical”, “Stay” o ese baladón final que parece un tema perdido de algún blockbuster ochentero como es “Always”. Canciones que bien pueden llenar de energía tu mañana, servir para tu clase de fitness (como la bastante kistch, petarda y retro “Help me run away”) o animar alguna de tus fiestas veraniegas; canciones a las que tampoco se les puede pedir más, no creo que busquen ni ofrezcan más profundidad, y dentro de ese esquema muchas cumplen a la perfección su función de inyectar energía a chorro como si de un Red Bull se trataran, tan vigorizantes cuando se escuchan como olvidables cuando han terminado. Pero ojo, recomiendo su consumo en dosis pequeñas y separadas, ya que la escucha completa y del tirón del disco puede hacerse algo pesada, redundante y traer como efectos secundarios el querer ir a buscar al kiosco de la esquina helados Burmar Flax, recuperar tu Game Boy, querer comprarte de nuevo unas J’hayber, grabarte el disco en cassette para escucharlo en un walkman o tener unas ganas locas de volver a ver “V” en la tele. Bueno, ahora que lo pienso algunos/as ya están recuperando estos hábitos sin necesidad de escuchar discos como este.

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