The Flaming Lips – Oczy Mlody
Por 31 enero, 2017 19:342


8.0
La costumbre normaliza todo. Es así. Cuando la rareza se hace cotidiana, tendemos a tomarla por la normalidad, la hacemos costumbre y nos adaptamos a ella. Tendemos a etiquetar y asignar roles a todo como una forma de ordenar nuestra realidad. Asignar parámetros y comportamientos para identificar situaciones, personas, etcétera. Quizá como epítome de esto tenemos nuestro grupo de amigos, en el cual se suele recurrir a las generalizaciones o asignar un supuesto rol identificativo: está el/la gracioso/a, está el/la listo/a, está el/la listillo/a (que no es lo mismo), está el/la ligón/a, está el/la fantasma/a, está el/la sensato/a, está el/la alocado/a… y está el/la raro/a. Pero como digo, la costumbre normaliza todo y a base de convivencia, todas estas etiquetas dejan de sorprendernos, y si un día a una persona sensata le da por raparse la cabeza, nos sorprenderá más que si alguien que habitualmente lleva el pelo azul, decide ponérselo naranja. Tendemos a relativizar el valor de la diferencia.
Algo de esto anterior le ocurre a The Flaming Lips. Estamos tan acostumbrados a su excentricidad que la contemplamos como un hecho habitual, tan habitual que deja de producir sorpresa. Pero si uno se para un momento, tiene que conceder valor a la personalidad de una banda en la que esta rareza diferencial no parece una característica forzada, una boutade circunstancial para llamar la atención. Vista su trayectoria en perspectiva, nunca han dejado de tener ese maravilloso punto raro incluso en sus momentos más accesibles (estos últimos se sitúan mayormente en la etapa de mayor reconocimiento popular, entre “The soft bulletin” y “At war with the mystics”). Pero, como digo, a todo se acostumbra y se acomoda el oyente, y cuando surgen cosas nuevas y relativamente diferentes, suele ocurrir que empezamos a prestarles más atención. Algo de esto puede haber pasado en su momento con The Flaming Lips, que parece que en su momento perdieron el trono de “chicos raros del pop psicodélico” en pos del ascenso de Animal Collective (y a estos les ha pasado algo parecido, en un movimiento cíclico, con la ola de Tame Impala y similares). Cuestión de modas que buscan siempre la novedad aunque esta no tenga, en el fondo y en ocasiones, nada de novedoso. Incluso entre la misma trayectoria de una banda suele imponerse cualitativamente a nivel crítico aquellas obras que parecen romper con lo inmediatamente posterior, que muestran más claramente un contraste evidente entre obras, dando sensación de mayor riesgo. Esto lo vimos en el cambio que supuso “Embryonic” (2009) respecto a “At war the mystics” (2006), con esa ruptura con la melodía y la canción pop en pos de la creación de una psicodelia oscura, atonal y áspera, mostrándose más radicales respecto a un disco mucho más acomodado y reincidente en patrones anteriores. Luego llegó “The terror”, otra pesadilla oscura y existencial, un disco tan arriesgado como su predecesor pero algo minusvalorado en contraposición con la obra precedente, considerándolo menos arriesgado. En ese caso, después del cambio inesperado se comienza a asumir la costumbre, a pesar de que la obra se muestra inquieta, personal e interesante, tanto dentro de la trayectoria del grupo como en respecto al resto de la producción musical de ese año. Todo esto para llegar a que este “Oczy Mlody” puede que resulte, según esta visión y acostumbrados a los dos pasos previos, más acomodado e indulgente musicalmente. Pero en realidad estamos ante otra obra con personalidad en una banda que busca mostrarse diferente desde la elección de un título en polaco (esos ojos de los jóvenes), que puede ser visto como ocurrencia buscando epatar, pero en una banda que ha grabado “Zaireeka” (1997) hay que tomarlo como otro signo de expresión artística. Aunque no lo parezca, difícilmente se acomodan y siempre intentan arrojar obras inquietas y trascendentes, otra cosa es que lo musical esté siempre en sintonía con las pretensiones.
En este “Oczy Mlody” se sumergen, de nuevo con Dave Fridmann en la producción, en una psicodelia planeadora influenciados quizá por el espíritu de los primeros Pink Floyd (fundamentalmente los de “A saucerfull of secrets” y “Ummagumma”) y bandas similares de esa época a las que nunca han escondido su aprecio y admiración. Las canciones de ritmos de bases programadas y efectos sonoros se muestran, en una primera escucha, más amables en contraposición a esas aventuras rudas y sombrías recientes, pero aunque los ambientes son más suaves (alguno de sus temas podría encajar como momento contraclimático en alguno de sus discos más conocidos, me refiero a “The Soft Bulletin” o “Yoshimi battles the pink robots”), la apuesta por la ausencia de hits, singles o de temas inmediatos (“The Castle” es lo más cercano) es igual de cruda para con el oyente, sobre todo hoy día en que la escucha superficial es práctica habitual ante tanta oferta. Estamos ante otro disco que no les ganará oyentes a la causa, es más, puede que algunos de los seguidores ganados durante “The Soft Bulletin” en adelante tampoco estén por la labor pensando que están ante otro “disco raro más de Lips”. Y sí, es otro disco raro más de The Flaming Lips pero otro disco raro de ellos todavía sigue siendo bastante interesante si se tiene la voluntad de no arrastrarse por ideas preconcebidas y sí por la música que contiene. Si uno se sumerge en el disco con calma y algo de paciencia (algo que cuesta pedir en estos días) puede descubrir que, más allá de una atmósfera unitaria que se puede confundir o interpretar –no culparía a quién lo haga- con un disco plano o aburrido, se van revelando detalles de luz psicodélica que van enganchando en forma de arreglos orquestales, efectos sonoros y colchones electrónicos que parecen alguna producción perdida de Mark Bell para el “Homogenic” de Bjork. Cuajan los detalles en temas como “How??”, “There should be unicorns”, “Sunrise (eyes of the Young)”, “Galaxy I sink”, “One night while hunting for faeries and witches and wizards to kill” (sí, se las trae el título), “The Castle” o “We a Falmy”. Construyen otro viaje sonoro -que también tiene sus bajones o momentos más prescindibles (“Do Glowy” o “Almost Home (Blisko Domu)”- con la guía de ese Jodorowsky del pop que es Wayne Coyne, con esas letras que buscan -en menor medida que “The Terror“- la reflexión trascente pero, a diferencia de lo que le ocurre en ocasiones al chileno, sin resultar su mensaje demasiado cargante o pomposo.
Cierto es que el disco no es corto y la poda selectiva de algún tema podría hacerlo más disfrutable pero volvemos a estar ante un disco al que, igual que al grupo que lo crea, hay que valorarle su personalidad; pero esa misma identidad, como ocurre con las dos obras anteriores, no lo hace apto para todos los paladares. Habrá quién huya espantado o cabreado ante esta extraña y pausada psicodelia multicolor, en mi caso, toda mi perorata finalmente bien podría resumirse con un sencillo, claro y comprensible: pues a mí me ha gustado.