El peor Hombre-X del mundo
Por 3 febrero, 2017 12:341


X-Men Presenta 68 y 69
Lo mejor de ser adolescente es nada.
Además, este océano insondable de confusión, cambios vocales aleatorios y genitales sobreexcitados es la época vital en la que los genes pueden decidir mutar y convertir tu pubertad en un acontecimiento superheroico. Es decir, si eres un mutante de la Marvel, el afloramiento de un mostacho ridículo hecho de pelusa negruzca coincide en el tiempo con la adquisición de capacidades sobrehumanas que van desde el lanzamiento de rayos laser por los ojos, al control del clima o del magnetismo. Eso si tiene suerte, claro. También puede ocurrir que tu sorprendente mutación te convierta en una montaña bulbosa de protoplasma, transforme tu orina en ácido orgánico ultrapotente o haga que surja de tu frente un único, estilizado e inútil cuerno de queratina trasparente. Es una lotería que, en el caso del protagonista de “El Peor Hombre-X del Mundo”, viene con un premio desastroso.
Bailey Hoskins, nuestro anodino y pelirrojo protagonista, descubre que es mutante y, de repente, su miserable existencia de marginado de instituto norteamericano parece mejorar. La idea de ser superpoderoso y formar parte de La Patrulla X es el sueño húmedo de cualquier chaval, y Bailey casi puede sentir que se hace realidad cuando entra por las puertas de la Escuela de Charles Xavier para Jóvenes Talentos para ser evaluado. Es entonces cuando se le viene el mundo encima, ya que tras el análisis médico, le comunican que su mutación consiste en poseer la habilidad de estallar como la bomba de un chaleco suicida. Pero una sola vez. Sin recomposición posible. Un poder de un único uso. Después, la muerte. Sin vuelta atrás. Sin la típica resurrección marvelita. Algo así como ser el héroe más efímero e inútil del universo.
Con esta premisa Max Bemis, guionista de este cómic y cantante de la banda americana Say Anything, realiza un canto de amor verdadero y pura nostalgia hacia los tebeos que devoró en la adolescencia. Es una oda tamizada con ironía, en la que se hace un repaso a todos los tics, dejes y arquetipos que han dominado la historia de los mutantes de la Marvel a través de sus más de cincuenta años de historia. Es una declaración sin complejos, cariñosa y carente de condescendencia. Bemis expone a sus personajes al juicio del lector, mostrando su evidente ridiculez, pero sin ánimo de vilipendiarlos. Son lo que son y, por eso mismo, los queremos tal y como son: las relaciones demenciales, los enemigos recurrentes, las causas perdidas, las tramas psicodélicas, los partidos de béisbol tras salvar el universo… Todo lo que los ha convertido en una de las franquicias superheroicas más exitosas de la historia está aquí, visto a través de los ojos de un adolescente que comprende la implícita memez del concepto y, ayudado por una contrapartida omnipotente pero tan marginada como él, acaban asumiendo su triste papel en la vida.
Ayudado por el dibujo de un Michael Walsh limpio, rectilíneo e idóneo para lo que se cuenta (un arte que por momentos me recuerda a Matt Wagner en Batman), el conjunto de esta sorprendente y brillante minisaga se redondea con las gotas justas de metalenguaje y de tebeo dentro del tebeo. En este caso, la ruptura de la cuarta pared actúa como catalizador y ejemplo perfecto de esa afición y cariño que todos los que crecimos leyendo las aventuras de los pupilos del Profesor-X llevamos guardadas en nuestro corazoncito.
Para alguien como yo, que dejó de comprar grapas hace lustros, ha sido una agradable sorpresa encontrarme con esta pequeña serie sin pretensiones que conjuga con eficacia el humor, el entretenimiento y la acción. Un estupendo ejercicio de melancolía para una generación que echa de menos los tiempos en los que todo lo que necesitábamos eran 22 páginas de papel barato, divididas en viñetas y llenas señores con ojos de rubí, enanos con garras y mala leche, diosas de ébano y pelo platino, rusos hechos de titanio y demonios azules que profesaban su catolicismo en medio del olor a azufre. Un homenaje a toda una era en la que buscábamos como depredadores ansiosos revistas con los sellos Fórum y Zinco en la portada. Un recuerdo generado por décadas de quiosco, ingenuidad y fantasía.