Artesanía y exploración sonora
¿Cuánto tiempo hace que no vas a un concierto en el que el público esté en silencio, entre el disfrute y la expectación? La verdad es que la noche del pasado martes en Madrid era extraña. Comenzaba la primavera pero en la calle hacía un frío de estos que te llega a los huesos, que parece dejarte inútil para sentir cualquier cosa que no sea eso, frío. Casi casi parecía que entrabas en la Sol por la simple necesidad de no helarte.
Pero había algo más, evidentemente. Un concierto que prometía ser especial pero que no te imaginabas cuánto. Sí, lo de Esmerine es otra liga. Por más que escuches sus discos, tanto el Mechanics of Dominion (Constellation, 2o17) como los anteriores, no sabes muy bien qué esperar.
La noche versaba sobre la pericia instrumental y nadie mejor que Xisco Rojo para abrirla. Todo un artesano sonoro al que no puedes dejar de observar. Desde la primera canción, en la que solo se sirve de su voz y del ritmo marcado por el tacón de su bota, hasta la última, con una guitarra de 12 cuerdas, pasando por un interesante repertorio desarrollado con una lap steel guitar.
Da un poco igual que el estilo folk no sea uno de tus favoritos. Su capacidad para crear ambientes de sonidos o el simple hecho de observar cómo su cuerpo se fusiona con los instrumentos es algo hipnótico, que merece una atención que a veces el público no quiere darle. Al final agradeció ese silencio lleno de respeto que no siempre puede experimentar.
Sin humo, por favor
Esa fue la petición de Esmerine cuando estaban preparando el escenario para el concierto. No necesitaban un halo de misterio, ni vender lo que no eran. Con pensar en cómo habían entrado todos aquellos instrumentos en el escenario de la Sol ya era suficiente 😉 Pero esa duda permanecía poco tiempo en la cabeza cuando comenzaban a tocar.
Ese clima de sosiego que había creado Xisco Rojo se mantuvo. Las primeras notas de “The Space in Between” parecían cortarte la respiración, quizás un poco por miedo a que se escuchara de más y turbara aquella atmósfera. Y porque el desarrollo de las diferentes capas instrumentales te tenían sin parpadear. El sonido era genial, ¿pero dónde mirabas? ¿A Rebecca Foon concentrada en su violonchelo? ¿En la sutil sección rítmica del batería y el contrabajo? ¿Brian Sanderson y su teclado, que parecía estar practicando reflexología con nuestros sentimiento? ¿O la versatilidad de Bruce Cawdron con la marimba y el xilófono? Está claro que Esmerine está hecho para voyeurs musicales.
Pero esa sensación de tensa introspección era solo un aperitivo. Su repertorio abarca un torbellino de sensaciones habituales, reflexivas, insatisfechas, con una brizna de esperanza. Una energía narrativa que hace guiños al jazz y a la música de cámara, quizás porque la versatilidad instrumental de todos ellos exprime al máximo el mensaje. Y porque empatizas con todos ellos, con sus sonrisas, su versatilidad a la hora de cambiar de instrumentos, con sus pequeñas conversaciones con el público.
Entre todos ellos, quizás destacan especialmente Bruce Cawdron y Brian Sanderson. Observar cómo el primero toca la marimba es algo hipnótico, tanto a solas como a dos manos con el batería Jamie Thompson. Pero al segundo dan ganas de preguntarle qué no sabe tocar. Aire, cuerdas, teclados… incluso sus pinitos como luthier con la kora que hizo para poder llevarse de gira, inspirada en una que encontró en la basura.
Una maestría y una sencillez que enamora por su capacidad de acercarte a una música que no es fácil porque no es lo habitual. Propuestas así te hacen pensar cuánto falta por explorar en las posibilidades sonoras.
Galería del concierto de Esmerine en Madrid
Fotografías por Ignacio Sánchez-Suárez.