Larga vida al Esmorga
Pocas veces te encuentras con que una palabra define tan bien a lo que hay detrás. Para aquellos que no sean gallegoparlantes, una “esmorga” es una juerga, una parranda. Y lo que ocurre en el Esmorga Fest lo es. Y tanto. No sé si es que el nombre ya induce a ello, que saben calibrar el cartel con los grupos y estilos que eligen o el mimo con el que lo hacen, que de alguna manera se contagia.
En esta nueva edición ya cumplían cinco años, y desde el año anterior, han pasado de ser una sola jornada a ser dos. Para «colmo», este año han logrado vender todos los abonos, síntoma inequívoco de que su propuesta seduce y funciona.
El viernes comenzábamos con una buena dosis de post-rock por parte de Voltaica y Ánteros. Ambos grupos crearon una suerte de ambientación que dejaba en suspenso nuestra mente. Son los efectos de la capacidad de ambos grupos para desarrollar narraciones sonoras, en las que el screamo te desgarra, las guitarras te vapulean y la batería te retumba contra el pecho. Toda una experiencia. Paisajes que se confunden con las emociones, especialmente en el caso de Ánteros. Si con sólo un disco tienen ese poderío, puede ser increíble lo que está por venir.
A Tuya le tocó hacer la transición estilística de la noche, para lo bueno y para lo malo. Parecía una buena idea situarlo en ese lugar, para ir “facilitando” el cambio; sin embargo, el público parecía seguir en todo lo alto y no prestar toda la atención necesaria a la propuesta de David T. Ginzo. Su delicada experimentación electrónica quizás peca de introvertida y no llamaba la atención, hasta que saltó del escenario y se fue de una punta a otra, para cantar prácticamente en tu cara. No sé si le enfadó la falta de atención del público (no me extrañaría) o era algo calculado: en cualquier caso, desde ese momento su actuación ganó en pasión. Que apueste siempre por ella: es todo un acierto.
Tras él llegaron los siempre impecables Sierra. No fallan, aunque lleguen ajustados de tiempo para hacer la prueba de sonido. Tienen un encanto contagioso, que convence hasta a aquellos que no les han seguido de cerca. Se presentan con una cierta discreción y humildad, con un simple objetivo: hacer que el público disfrute. Y aunque parezca sencillo no creo que lo sea tanto: canción a canción van sumando estribillos que coreas, pies que se te van y sonrisas que reconocen sus frases geniales (esa “Amiga Extraña” que merece un monumento). Te dejan con un estado de felicidad casi terapéutico.
Del pop a la distorsión: era el turno de El Lado Oscuro de la Broca. Lo suyo es más que un bloque sonoro: son tantos los detalles que suman que es complicado decir qué sobresale sobre el resto. Que haya tres guitarras ya augura grandes momentos, que se convierten en hipnóticas progresiones; pero si te fijas en las letras, tampoco se quedan atrás. Entremezclan estados de ánimos individuales con las de la sociedad más próxima a ellos, a modo de reflexión crítica y doliente. Tras el concierto, dan ganas de volver a escuchar ese compacto que son sus dos últimos EPs, Salvaje Oeste (El Genio Equivocado, 2018 y 2019).
El sábado comenzaba en el escenario “Futuros Referentes” de la Sociedad Recreativa La Unión. Entre todos ellos destacaban los argentinos Bestia Bebé. Seamos claros: compartiendo idioma a veces resulta imperdonable que nos estemos perdiendo tan grandes grupos por culpa de la distancia. Sobre todo si ganan tanto en directo como ellos. Su rock se vuelve mucho más enérgico y contagioso gracias a unas letras que te invitan a corear y un ritmo con el que irremediablemente te acabas moviendo.
De vuelta a la Litmar, Apartamentos Acapulco eran los encargados de abrir la noche. Expertos en crear atmósferas en los que se cruzan ensoñaciones melódicas y una sutil distorsión, parece que Ismael Cámara y Angelina Herrera desarrollan las canciones conversando entre ellos. Pero no es sólo cosa de ellos: te encandilan con la pasión que le echan los cuatro al tocar. Es muy fácil que se te caiga la baba cuando tocan “Scarlett”.
Tras el sosiego llegaba el cachondeo absoluto. Sí, era el turno de Perro. Aunque sus visuales generan adicción, no los necesitan. El absurdo de sus letras, su eterna sonrisa, el estilo inconfundible que les caracteriza (que ya lo reconoces con las primeras notas)… son los auténticos reyes de la fiesta y es difícil no disfrutarlos en directo. El público se entrega a esa doble batería, a corear los estribillos ya míticos (especialmente con “Marlotina”), a mezclar bailes con pogos… Ellos abrieron la diversión a lo bestia, con un público que derrochaba frenesí.
Porque llegaba el momento de uno de los “platos estrella”. En un principio iba a ser Toundra, pero su cancelación de última hora por cuestiones de salud hizo que vinieran en su lugar Triángulo de Amor Bizarro. El público estaba ansioso y no defraudaron. ¿Alguna vez lo hacen? Verlos en directo es comprender a la perfección el porqué de su éxito: su pasión a la hora de tocar, canciones tan redondas que se te graban a la memoria al instante de escucharlas, el carisma de cada uno de ellos… Ni los problemas de Rodrigo con la guitarra al comenzar el concierto ensombrecieron su concierto, quizás porque la eterna sonrisa de Isa invita a quedarte con ellos. Si por el público fuera, viviríamos en un bis eterno, hasta que acabaran con todas sus canciones y volvieran a empezar con el repertorio.
Lagartija Nick equilibró un poco los humores. Mantuvo la esencia rockera y calmó en cierta forma los ánimos de un público exaltado. El cuarteto granadino demostró por qué su nombre sigue siendo todo un referente, con 30 años de carrera en los que han experimentado y han aprendido de sí mismos. Sus canciones suenan tan impecables entre tanta juventud que merecen ser referente e historia de la música de nuestro país.
Y había que calmarse un poco porque llegaba Carolina Durante. Da igual que sean las canciones ya publicadas que las que saldrán en su primer disco (“Las canciones de Juanita”, “KLK”): son la sensación del momento. Nada extraño porque saben como nadie vivir el momento y compartirlo con aquellos que quieren verlos en directo. La viveza de su cantante, Diego Ibáñez, no deja de fascinar, y puede que sea parte de su capacidad de hipnosis; la otra, el cómo sus canciones leen las tribulaciones cotidianas de cada uno de nosotros. Con ellos parece que esto de la música es algo fácil, pero no tanto: ellos han conseguido la combinación ganadora y a saber cuál será la próxima.
Probablemente, tras ellos, llegaba el lugar más ingrato, pues parte del público se marchaba. Pero eso no desanimó a Za! En absoluto, se lo tomaron a broma e hicieron gala de su especialidad: su combinación de maestría instrumental, de reformulación tropical y humor. Es increíble ver cómo sólo dos personas son capaces de sacar tanto de la batería, los sintetizadores y la guitarra, mientras gesticulan de forma histriónica en línea con la canción. Les da igual tocar algo propio, que hacer un breve corte de Prodigy o de “Cayetano”. Una pena que no hicieran la de Malú que mencionaron: seguro que hubiera sido genial.
Con semejantes ánimos sales de la Litmar y te preguntas “¿por qué no repetimos el próximo año?“. Repasando los carteles de años anteriores, no puede fallar.
Galería del Esmorga Fest 2019
Fotos por Ignacio Sánchez-Suárez.