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Crónica del concierto de Kevin Morby en Madrid (sala Copérnico)

Por Ana Rguez. Borrego 0

concierto de Kevin Morby

El concierto de Kevin Morby fue en solitario

Hay ratos libres en los que te preguntas por qué hay estilos musicales tan vinculados a su situación geográfica. ¿Qué especie de germen se inocula en la música para que vaya más allá del pop, o del rock? Escuchas una canción y sin dudarlo afirmas “esto es chanson française, esto es rock americano…“. No es tanto una cuestión instrumental sino de sintonías emocionales.

Algo así es lo que ocurrió el pasado sábado en la Copérnico, en el concierto de Kevin Morby en Madrid. Tanto él como Aaron Rux, el encargado de abrir la noche, abrieron el tarro de las esencias de lo que es la sensibilidad norteamericana. Un sonido que parece teletransportarte a diversos parajes, a una especie de extraña soledad que te hace pensar que algo entiendes a los creadores de ese país.

Y es curioso en el caso de Aaron Rux, todo un soñador que decidió dejar su gris trabajo para dedicarse a la música en un país totalmente diferente al suyo. Decidió que Madrid era un buen lugar para crear una música que recupera las sutilezas del folk y del country. Le ves a él, con su sombrero de cowboy, su contundente bigote y su guitarra acústica, y sabes que no te va a engañar con su música. La cuestión es que hay tanta delicadeza que te encandila.

Aunque no seas un gran aficionado a ese género. Por unos instantes parece que Aaron Rux (sin aspavientos ni dramatismos, con una interpretación plena de intimidad) y Juan Serra (casi un chamán de la percusión: no hay instrumentos insospechados para ello, sólo mentes rancias) tienen el poder de colocarte en un desierto, cerca de la frontera. Un espacio en el que encontrarte con los sentimientos a flor de pie, completamente terapéutico.

Y ese viaje no cesó con la llegada de Kevin Morby. La cosa iba de emociones al desnudo, porque había pocos instrumentos entre los que camuflarse. La estrella de la noche presentaba su nuevo trabajo, Oh My God (Dead Oceans, 2019), prácticamente en solitario, acompañado en ocasiones de Hermon Mehari a la trompeta y de la voz de Katie Crutchfield (Waxahatchee). Todo un ejercicio de valentía, pues mostrar tan a las claras lo que se siente no es sencillo: nos mentimos demasiado con estas cosas.

Abrió el concierto con “Oh My God” al piano, y tras ellas continuó con la guitarra, mostrando otros temas del disco: “Hail Mary”, “Savannah”, “Congratulations”, “O Behold”, “No Halo”… Aunque en el cartel ya se indicaba que el concierto sería sin la banda, no dejó de sorprender que este fuera la versión más intimista. Sí, en algunas partes de las canciones sonaba la trompeta de Hermon Mehari, pero parecía mutar en una voz doliente que le hacía los coros a Kevin Morby. Quizás por todo ello los que llenaron la sala (si no hubo sold out fue por muy pocas entradas) no perdían detalle de lo que ocurría sobre el escenario. Acostumbrados al murmullo perpetuo que hay en algunos conciertos, en este apenas se oía nada más que estribillos coreados, aplausos, palabras de admiración…

Pero el striptease sentimental creció aún más con la aparición en escena de Katie Crutchfield. Tras una primera parte dedicada a Oh My God, tocaba recordar canciones de otros discos. “The Dark Don’t Hide It”, “Downtown’s Lights” y “Beautiful Strangers” fueron los temas que cantaron juntos: una completa delicia. Ambos intérpretes comparten una sintonía emocional (más allá del vínculo que tienen) tan hermosa: parece una misma voz desdoblada en dos tonos. Tras escucharles, más de uno pensamos que para cuándo un disco juntos.

Tras estas canciones quedó claro que la emoción también estaba sobre el escenario. Cuando ya estábamos en el tramo final del concierto, el propio Kevin Morby reconoció que estaba siendo una noche muy especial, y no creemos que fueran palabras de compromiso. Había una conexión, cualquier guiño tenía respuesta, tanto si el público aplaudía enfervorecido o le decía cosas bonitas, como si Kevin Morby ofrecía el micro para que le “ayudaran” con los estribillos. Tanto es así, que poco hubo que rogar para unos bises: cerró con “Parade” y “Harlem River”, con la que se volvió un poco loco tocando la guitarra, mezclándola con “City Music”.

Una vez más, confirmábamos la grandeza de Kevin Morby. Será la honestidad que encierran sus canciones y su forma de interpretarlas.

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