Es inevitable. Cada concierto, cada disco nuevo, cada artista emergente nos hace pensar en la pandemia. En cómo ha sido posible llegar hasta ahora, con todo en contra, con una nueva normalidad que merma las ocasiones de la cultura segura. ¿Cómo no preguntarnos por ella al hablar de María José Llergo y Dora? Porque ambas se perfilaban como las grandes estrellas de 2020, como esas apuestas seguras en festivales, conciertos, y en las listas de lo mejor del año. Escuchar canciones como “Ojos de Serpiente” u “Oxena” o un disco como Sanación (2020) siempre merecen la pena, pero quedaba la pregunta de cuándo disfrutarlas en directo, de cuándo podríamos ver a María José Llergo y a Dora en concierto.
Poco a poco llegan esas oportunidades. Así abrimos el mes de julio, con esta cita de las Noches del Botánico. Dos estilos, dos facetas de la creatividad musical más joven.
Dora o cómo surge una estrella
La aparición de Dora sobre el escenario fue sorprendente. Cubierta por una capa oscura, delante de sus teclados, comenzó a tocar su primera canción. Dulce, llena de matices melódicos, te hacía pensar que no sabías qué esperar de ella. No se parecía a otras canciones que habías escuchado, ni a esos conciertos que se habían emitido vía streaming. Pero era un juego: poco a poco entraron en el escenario Juan Sebastián Vázquez, David Bao y Vicent Huma para hacerse con el piano, la batería y la guitarra respectivamente, y cuando terminó la canción ella se deshizo de su teclado y de la capa.
Una transformación. De crisálida a mariposa, pues Dora abandonó esa presentación discreta para convertirse en un auténtico animal escénico. Su voz, sus movimientos… Se hace dueña del escenario y del público con su viveza y soltura, con la sencillez con la que se presenta, con la que habla de las canciones que compone, el cómo llega a ellas, con la nostalgia de cuando se podía bailar en los conciertos. Porque parece que no hace nada, no se da importancia, y luego piensas que tú con esa edad ni se te ocurría experimentar con tus posibilidades en forma de sonidos y estilos.
Porque tan pronto escuchas su forma de encarar la electrónica en “Oxena” como descubres la emocionalidad descarnada de “Quiéreme (aunque no es tu estilo)”, sin olvidar aquel bolero con el que se nos descubrió y que dejó casi para el final, “Ojos de serpiente”. Aún es difícil encasillarla en una categoría pero su capacidad para probarse a sí misma es encomiable.
El ejercicio de salvación de María José Llergo
Como ella misma bromeaba en una de las pausas entre canciones, tenía guasa publicar un disco llamado Sanación (Sony Music, 2020) poco antes de que la pandemia cambiara nuestras vidas. Un guiño que dejaba clara la comodidad que sentía María José Llergo en directo, en un concierto que en ocasiones le jugó malas pasadas con el sonido. Sí, hubo instantes en que los micros se perdieron, pero ese fallo nos hizo comprobar la fuerza que tiene la cordobesa, una voz impecable capaz de estremecer de emoción a los que allí estaban. Pero aquello no era nada para ella: su sonrisa no desaparecía, respondiendo a cada piropo que recibía por parte del público.
Y esa reflexión humorística encerraba una gran verdad. Esa Sanación era un ejercicio de salvación para la propia Llergo, para superar ciertas inseguridades, para transformar esos elementos del pasado que la mermaban. Algo particular que lograba transformarlo en algo universal, por su capacidad de empatizar con cada uno de esos oyentes. Era su voluntad, para todos los que allí estaban, una sensación que trascendía a las palabras.
Una cosa es pretenderlo y otra alcanzarlo. Y quizás la humildad con la que María José Llergo se presenta es la clave. Tanto con canciones suyas como “¿De qué me sirve llorar?”, “Niña de las Dunas” o “El Hombre de las Mil Lunas”, como en versiones de la Niña de los Peines (“Al gurugú”), Camarón (“Nana del Caballo Grande”) o Mercedes Sosa (“Canción de las Simples Cosas”). Cada verso, cada canción, encierra algo que Llergo es capaz de desgranar con las modulaciones de su voz. La capacidad de emocionar va con ella, especialmente en algunas canciones: el realismo y la actualidad de “Nana del Mediterráneo” y de “Canción de Soldados” de Chicho Sánchez Ferlosio espeluznan.
Acompañada por Paco Soto a la guitarra y Miguel Grimaldo a los sintetizadores, además de Lisi y Carmela como palmeras, María José Llergo nos descubrió la versatilidad de su sonido, de lo más tradicional hasta temas más actuales, como los que presentó en COLORS, o experimentales, como los que forman parte del proyecto colaborativo Cábalas. Cómplices perfectos para una artista que parece hecha para brillar, para un ejercicio de salvación que podría no terminar. María José Llergo podría no dar por terminado el concierto a cuenta de los bises: el público no quiere que se vaya, y ella misma reconoce que no se hace de rogar en estas cosas.
Cuando ya acaba, lo entiendes todo: su felicidad es contagiosa y su capacidad para manejar las emociones deja todo equilibrado, la pasión, la indignación, el placer de lo cotidiano. ¿Con qué nos sorprenderá la próxima vez Llergo? Queda mucho camino.
Galería del concierto de María José Llergo en las Noches del Botánico
Fotos por Ignacio Sánchez-Suárez.