«La estrella de la mañana», de Karl Ove Knausgård

Resulta complicado empezar esta novela y soltarla en algún momento. Aunque sea para comer u otros menesteres mayores. Cuento esta sensación desde la experiencia personal que supuso para mí coger La estrella de la mañana y tener la sensación de haberme sumergido de forma tan literal en la narrativa de Karl Ove Knausgård, que no tuve más remedio que avanzar y avanzar, consciente (o no) que retornar a la realidad no iba a ser empresa fácil.

No es para menos cuando al autor nórdico le da por tirar de inspiración para atraernos a un micro universo cuajado en torno a una serie de misterios y páginas vacías de la memoria que, entre otras cosas, remiten a la atmósfera lograda por Stephen King en sus mejores novelas de entre todas las inspiradas en Maine.

Esta clase de pueblo, habitado por un racimo de personajes difíciles de olvidar por sus particularidades e interrogantes, es al que nos empuja Knausgård a lo largo de las más de setecientas páginas que dan cuerpo a semejante acto de talento superlativo. Todo un dechado de virtudes concentradas en la hipnosis generada a través de una capacidad descriptiva, sencillamente, obnubilante. Es como si página tras páginas fuéramos empujados por fuerzas ocultas que nos susurran al oído mentiras preciosas y aterradoras, al mismo tiempo. Palabras que se encadenan en un desfile de frases escritas con bisturí y una inusual capacidad para ahondar en el subconsciente de unos personajes que, cuando los hace hablar, reproducen diálogos confeccionados desde la sentencia amortiguada por la niebla del suspense nacido del día a día. El mismo que se atisba en las pequeñas cosas, a través de una telaraña de acciones vitales. En este caso, encaminadas a forjar un hito literario invocado por un ser atrapado en la necesidad de acercarse al lector mediante un conjunto monumental de metáforas narrativas, en pos de lo que, hoy por hoy, podemos constatar como la novela de misterio más cautivadora desde “Nuestra parte de noche”, de la gran Mariana Enríquez. Y esto son palabras mayores. Pero mucho.