Crónica del concierto de Pixies en Madrid: ¡A la mierda la nostalgia!
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El pasado viernes 10 de marzo, Pixies hicieron parada en Madrid para presentar Doggerel, el octavo disco del legendario combo de Boston.
Volvían The Pixies a España y volvían a las tres mismas ciudades que visitaron en su última gira de octubre de 2019: las dos de siempre más La Coruña. Para esta ocasión, la parada intermedia del cuarteto en nuestro país, después de reventar el Sant Jordi barcelonés y antes de arribar a tierras gallegas, fue el Palacio de Deportes de la capital de España, que desde hace unos años se le conoce por el nombre de un banco que a esta web no paga por patrocinio.
Era viernes 10 de marzo en el barrio de Salamanca y el recinto donde juega el Estudiantes se cubría de lonas negras para recibir a esta leyenda viva del rock alternativo estadounidense. No tocaban Raphael ni Rosalía, así que los asientos estaban completamente inutilizados a excepción de la grada del fondo, lo cual disfrazó el pabellón de una suerte de discoteca underground de barrio periférico, al estilo de la Gruta 77 de Carabanchel, el último garito donde un servidor escuchó a los Pixies en el hilo musical previo a un bolo de Pablo Und Destruktion.
Los primeros en pisar las tablas fueron Wunderhorse, la banda londinense que está abriendo todos los bolos europeos de The Pixies. Se trata de la nueva reencarnación de Jacob Slater tras Dead Pretties que, a pesar de ser británicos y contemporáneos, bien podrían haber nacido en los Estados Unidos de los primeros años noventa. Así lo atestigua su gusto por el rock melódico, ese que lo mismo chilla a golpe de guitarras pesadas que susurra versos de balada sensiblera. Muy buenos para los nostálgicos del punk pijo universitario, pero no aportan absolutamente nada en 2023.
The Pixies no necesitan presentaciones. Tallaron su nombre en letras de oro durante el último lustro de los ochenta cuando asomaron la cabeza desde el subsuelo del rock independiente bostoniano. Su descaro lírico y sus intrincados rasgueos de guitarra inspiraron a Kurt Cobain para componer “Smells Like Teen Spirit”, himno de lo que en Seattle —o quizá en los despachos de las multinacionales del negocio musical— bautizaron como grunge. La discografía básica de Pixies nos la sabemos de pe a pa: del Surfer Rosa (y la edición que incluía el EP Come On Pilgrim) al Trompe le Monde. De 1988 a 1991 en cuatro álbumes básicos para entender los pilares del indie-rock anglosajón.
Lo que no sabemos, o más bien ignoramos, es que The Pixies han lanzado otros cuatro discos entre 2014 y 2022. Sí, otros cuatro. Dicho de otro modo: la mitad de la obra de los de Boston data de la última década. Y, aunque desde la reunión de 2004 hasta hoy nos habían acostumbrado a unos directos basados en el “grandes éxitos”, la gira de Doggerel (el álbum que sacaron del horno a finales del año pasado) ha venido para reivindicar la segunda etapa del grupo.
Cuando Francis, David, Joey y Paz, tomaron posiciones sobre el estrado, las chuletas que cada uno apoyaba junto a su respectivo monitor alistaban unas canciones totalmente distintas a las de Barcelona la noche de antes, Utrecht unos días atrás o Múnich a finales de febrero. Así que el factor sorpresa estaba asegurado: ¿arrancarían con “Cecilia Ann” o con “Caribou”? ¿Dejarían “Debaser” y “Where is my Mind” para el final o sonarían entre medias?
Las dudas las disipó “Cactus”, el riff con el que empezó el concierto que fue el mismo con el que empezaba Surfer Rosa. Al no ser una de las rolas emblemáticas de los Pixies, el público quedó expectante hasta que, a la tercera, chutaron “Vamos”, uno de los estribillos que mejor canta el público hispanohablante (en la recta final, el karaoke masivo correría a cargo de “Isla de Encanta”). Con “Ana” manifestaron su intención de no saturar de decibelios el palacio de deportes y, después de hacer un pequeño corrillo frente al bombo de David Lovering, Joey Santiago punteó la melodía de “Here Comes Your Man”.
Quizá la audiencia madrileña aun no había entrado en calor para el cancionero nuevo. Pero eso a Pixies les daba exactamente igual. Esta gira se llama Doggerel Tour y justo a esto, a presentar Doggerel, habían venido. Luego de tocar un par de temas contemporáneos (“All the Saints” de 2016 y “Death Horizon” de 2019), los Pixies se sumergieron de lleno en su último disco. Diez canciones. Ni más ni menos que diez canciones consecutivas interpretaron de su más reciente trabajo. Diez canciones de doce que incluye el álbum en total. Es decir, casi todo Doggerel de una tacada. Momento que muchos aprovecharon para recargar cerveza o ir al baño, donde se escucharon quejas acerca de la somnolencia que les estaba causando el show.
Para despertar a estos aburridos, el cuarteto disparó otra ronda de imprescindibles: “Hey”, “Gouge Away”, “Caribou” y hasta un tributo a sus homólogos escoceses The Jesus & Mary Chain (“Head On”). No sería el único cóver. Esa euforia que tanto esperaban en Madrid por fin se materializó en “Debaser” y “Wave of Mutilation” que, cinco minutos después, sonó otra vez en semiacústico (la versión UK Surf de la cara B), cuyos últimos compases se fundieron a la perfección con los primeros de “Where is my Mind”. Parecía que ya encenderían las blancas luces del pabellón madrileño, pero Pixies guardaban un último as en la manga: su particular homenaje a Neil Young con “Winterlong”.
Poniendo los números sobre la mesa, Pixies estuvieron al borde de las cuarenta canciones. De ellas, trece pertenecían a tres de los cuatro álbumes que han lanzado en lo que va de siglo 21 —solo Indie Cindy (2014) se quedó sin representación—. Con todo y con eso, el ambiente quedó impregnado de la falsa sensación de que «tocaron demasiadas canciones nuevas». Asumamos de una vez que el periodo 2004-2013 ya es historia. Aquella década en la que el cuarteto vivió de las rentas y de unos directos apabullantes, donde despachaban su catálogo de himnos a ritmo frenético, ya es cosa del pasado. Ahora las pausas entre canciones son más largas e incluso el repertorio, aun siguiendo dominado por los clásicos, rehuye la energía de antaño.
Paz Lenchantin ha venido para quedarse: ya no es la sustituta de nadie y su voz toma cada vez más protagonismo. Los demás, que rondan los sesenta tacos cada uno, están en un estado de forma envidiable —especialmente Joey Santiago, quien tiró esa noche del carro del sonido Pixies por antonomasia—. Que a estas alturas hayan decidido dejar de facturar por el mero revival era una cuestión de principios. Y eso los hace aun más grandes.