Crónica Zaragoza Feliz Feliz 2025: La belleza de lo micro

Por María José Bernáldez 0

 

Hay algo innegable en lo de los “Microfestivales”: crean adicción. Será por la cercanía de los artistas, de la organización, por la ausencia de problemas de aforo ni agobios. Será que las bandas, al verse frente a frente con su público, sin casi distracciones, dan el todo por el todo.

Puede ser, también, que salir de la centralización de Madrid-Barcelona sea un respiro.

Sea como sea, no hay año que no queramos ir al Zaragoza Feliz Feliz, pocas ediciones se nos han escapado de las 11 que llevan a cuestas. Y este 2025 no ha sido la excepción. Recién aterrizadas de Zaragoza queremos saber ya las fechas para el año que viene.

¿Cómo funciona un festival así? Jugando un poco con el fomo de usar una sala pequeña (en tamaño, grande en historia) como La Lata de Bombillas para parte de los conciertos y después con la apertura al resto del público de una sala más grande, este año pasando de Las Armas (desgraciadamente desaparecida como lugar de reunión cultural) a la Sala Oasis, un antiguo cabaret.

Pero no sólo es importante el continente. También lo es el contenido. Un cartel paritario que no alardea de serlo. La agudeza de contratar y apostar, con bastante tiempo de antelación, a bandas que pueden parecer pequeñas pero que, como la propia Lata, serán más grandes de lo que se esperaba. El trabajo detrás de conseguir que bandas que ya son grandes apuesten por lo pequeño. Hilar muy fino.

También cuenta, claro, poder encontrarte en las fotos oficiales del festival. A no ser que huyas específicamente, serás parte de su imagen. A favor.

Así que el viernes pudimos ver a Patronato y sus canciones y looks noventeros en petit comité, antes de ver el grueso del cartel en la Sala Oasis.

 

Entramos para comprobar que, en modo cabaret total, Azuleja destila más personalidad que muchos de los macrofestivales patrios. Un cambio de outfit por cada canción. Coreografías divertidísimas. Y las canciones de un disco que parece todo menos un debut. Íbamos con las expectativas bien altas y estamos ya contando los días para volver a verla.

Las Dianas aportaron todo el descaro punk posible desde el vértigo de la juventud y pude hacer el check de ver en directo “Síndrome del Impostor”, pocas cosas mejores se le pueden pedir a un viernes.

Salvo, claro, volverte loca con Alavedra. Hubo polémica en si “La jota del poliamor” es o no una jota (recordad, estamos en Zaragoza) pero en lo que no hubo discusión es en lo bien que se lo pasaron ellos tocando y nosotras, bailando. Ojalá vuelva a ponerse de moda el powerpop, lo necesitamos.

 

 

 

Como también necesitamos más grupos como las Hinds. Estoy dispuesta a pegarme con cualquiera que me venga a poner a las Hinds a caldo. Por favor, estamos en 2025. Supéralo. Ve a un directo y atrévete a ponerle un “pero” a su concierto. Guitarrazos, versiones imposibles, complicidad, solidez. Merecidas cabezas de cartel.

 

El sábado llovió, pero eso no impidió que se paseara la ciudad (no infestada de turistas) y nos plantáramos puntualísimas en La Lata de Bombillas con la inmensa curiosidad de ver por primera vez a Pequeño Mal. Hazte Lapón desaparecieron pero sus miembros han transmutado en esta banda que juega al mismo juego con equipación y ganas renovadas. Suenan impecables, las tablas son las que son, y ya han conseguido crear himnos instantáneos como “Epilepsia de amor”. Nos quedamos con el detalle de que Saray llevara las letras de las canciones plastificadas. Para que le duren. Como esperamos que dure el proyecto que suponemos crecerá exponencialmente.

 

Después aparecieron Gúdar, una de las sorpresas más emocionantes del cartel. Hablábamos de los pros de los microfestivales y aquí tenéis otro: el silencio solemne que se hizo en este concierto es algo raro de ver en un festival, y menos a las 8 de la tarde. Un sonido cristalino. Una voz rota que recordaba a ratos a Daniel Johnston, a ratos a Manos de Topo, que conseguía sonar armónica. Lo de folk psicodélico cobra todo el sentido con ellos, historia viva del underground barcelonés, a dos palmos de distancia.

 

De vuelta a la Oasis, nos esperaba el cantante de EZEZEZ con las pinturas de guerra en la cara y dispuestos a que pasáramos de 0 a 100 en cuestión de segundos. Seguramente veas su disco de 2025 entre los mejores del año pero puedo asegurarte que la versión en directo de la banda es la de matrícula de honor, una energía que dio luz a toda la ciudad.

 

Y luego llegó Elena. Elena de Yawners. A la que en esta revista admiramos profundamente. Siempre tenemos la impresión de que toca escondida, detrás de la gorra, la camisa, la corbata. Pero desde esa barrera es capaz de meterse a todo el público en el bolsillo, sobre todo ahora que, desde el castellano, podemos corearle más estribillos. Elena, te reconozco el mérito de ser la culpable de mi afonía de lunes, no sabía que necesitaba gritar tanto como cuando llegué a tu concierto.

Así que ya sin voz, llegamos a Las Petunias, una de las bandas que más veces he visto en directo este año. Y, si pudiera, mañana las vería también. Consiguieron sobreponerse a algún problema técnico -shit happens- y arrancaron buenos pogos entre el público porque mujeres y guitarras: acierto seguro.

 

 

 

 

Con ese terrible juego de palabras llegamos al final de la noche y del festival. Que cuando organiza algo lo llama “Aquelarre” y, ciertamente, en eso se convirtió el concierto de Mujeres. Desde la barrera, observé. A la gente volviéndose loca. A una banda absolutamente entregada. A Las Petunias saliendo a cantar con ellos “Al final, abrazos“. A los organizadores siendo manteados. Dejadme tirar de cliché: lo que vi fue un sentimiento importante. Cosas de los microfestivales.

 

¿Cuándo volvemos al Zaragoza Feliz Feliz?