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El Hijo y McEnroe reivindican los ‘power-trío’ de paisajes melancólicos

Por Jose A. Rueda 0

McEnroe
McEnroe

Definamos “concierto acústico”. Que no utiliza instrumentos eléctricos. Vale. Pues ya nos han engañado (aunque para bien). McEnroe abrieron la velada musical del 8 de marzo en la sala Planta Baja (Granada) y, qué cosas, lo hicieron como teloneros de El Hijo, cuando la mayoría del respetable había venido a ver a los de Getxo. Esto no es -por mi parte- ningún menosprecio al grupo de Abel Hernández, sino una llamada de atención a los responsables del show. Su error de cálculo lo sufrió precisamente Abel, que llegó a lanzar una pullita al maleducado público por no parar de charlar durante todo su concierto.

Reiniciamos. McEnroe. Geniales. No hay más palabras. El sexteto vino reducido a trío, sacrificando bajo y pluriempleando a Jaime (guitarra) y, sobretodo, a Edu (batería) que mostró una gran versatilidad, ya fuera mimando los ritmos con escobillas o alimentando las melodías con maracas, sonajas y otras percusiones frugales. El grupo se dividió por dos, pero las canciones no se desinflaron en tal porcentaje. Es más, no se desinflaron nada. Hubo algo menos de shoegazing -además de la citada ausencia de bajo- pero el cariño y el oficio con que se emplearon los músicos solventaron la austeridad del formato trío. Las Orillas (Subterfuge, 2012) no protagonizó el setlist tanto como se preveía, tomando ventaja por momentos el cancionero más antiguo; en especial, Tú Nunca Morirás (Subterfuge, 2009), precisamente el disco que les produjo Abel Hernández. Puede que fuera un guiño a la banda que les precedería esa noche, o puede que, como confesó Ricardo Lezón a los fans mientras vendía discos tras el concierto, ese álbum es, junto con Las Orillas, del que más orgulloso se siente. “La Cara Noroeste”, pedida hasta la saciedad por los fieles, cerró un espectáculo henchido de melancolía norteña que había arrancado con el otro single del último trabajo, “Mundaka”. Entre medias, “El Alce”, “Los Veranos” y “Tormentas”. Vellos de punta. La voz de Ricardo, en creciente proceso de personificación, aportó dosis extras en la catarsis. “Los Valientes” se apaciguó en tempo con respecto a la versión del álbum con el fin de amoldarse al guión emocional de la noche. La folclórica “Las Mareas” gozó de los estribillos más coreados por la audiencia y “La Palma” se ejecutó con tal minimalismo, que la base marcada por Edu Guzmán no dejó de recordarme al “Teardrop” de Massive Attack. Como una fusión imaginaria de paisajes grises de Bristol y Getxo. Una maravilla.

McEnroe
McEnroe

Cuando aparecieron El Hijo, se activó la pantalla que hasta el momento colgaba en blanco en el centro del escenario. Una serie de imágenes de carreteras y caminos cruzando paisajes inhóspitos se ensamblaron a la perfección con la propuesta sonora de Abel Hernández, nada lejos de la de McEnroe. Los madrileños tampoco se personaron al completo, siendo igualmente tres los componentes que se alinearon en el proscenio. El baterista Xose Luis Saqués, tan bien equipado como el de McEnroe, contaba con percusiones de mayor ataque (timbal, campana,…) y algún chisme electrónico. Estaba claro que, aunque la diferencia fuera sutil (recuerdo que lo de McEnroe nos lo vendieron como “acústico”), El Hijo iba a tirar por una senda más áspera y tensa. Javier Monserrat disparaba ambientes y atmósferas desde su tenderete de cacharrería digital, mientras la noche iba entrando en un calor más intenso a cada segundo, a cada verso de la lírica escapista y posurbana de Abel. Una pena lo del pasotismo de la mitad del público, porque El Hijo no se quedó atrás de lo que habían brindado McEnroe minutos antes. Al contrario que estos, los de Hernández tocaron todos y cada uno de los temas de su disco más reciente, Los Movimientos (PIAS, 2012), desde “Exteriorización Del Cuerpo Astral” -entre las primeras- hasta la despedida con “Buscando El Sol”, pasando por “Remolino”, “Tempestad”, “Gran Sueño”, “Stockhausen”,… De la discografía anterior destacó “Leche y Miel”, incluida entre los primeros Eps de la banda en los que aún resuenan ecos de Migala.

El Hijo
El Hijo

Abel Hernández se despidió agradecido “a los que habéis estado escuchando y no hablando” y mostró su deseo de volver a Granada “con este formato o en otro”. Y es que las bandas del norte (desde Granada, Madrid también es “norte”) miran con recelo eso de viajar hasta el sur para actuar, teniendo que compensar la paliza del viaje (gasolina, dietas, hoteles) por medio de recortes en el personal. Puestos a elegir, querríamos a McEnroe y a El Hijo con sus bandas al completo. No hay color. Pero la jugada del power-trío les salió más que solvente, manifestando que tal formato no es exclusivo del rocanrol primigenio.

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