Fiera y Za!, zarpazos a golpe de flow
Por 29 marzo, 2014 19:190


Za! sacudió la capital de Andalucía con una dislocada jam a la que fue convidado Fiera, estado alterado de Pony Bravo, con vocación de ampliar las fronteras de un grupo musical al uso. Los ritmos frenéticos de Wanananai (Gandula / Discorporate Records, 2013) volvían a Sevilla para hacernos bailar a ritmo de loop.
El derbi europeo dictaba los ritmos de la ciudad, y Fiera aguardaba al desenlace del encuentro para lanzarse al escenario de la Malandar. Expuestos a la aséptica luz de la instalación de tubos fluorescentes sobre el suelo del escenario, implacables percusiones y deformados ruidos eléctricos marcaban los primeros movimientos del animal en el improvisado terrario. Pablo, impasible en primera línea, guiaba el ritmo con decidido pulso sobre las cuerdas del bajo. No le temblaba la voz ante la amenaza — ’Oh-a-punta bien, oh-a-justo a la sien ‘ — mientras una oxidada chapa metálica era moldeada a base de golpes.


Fiera vive en los márgenes. Vertedero ilegal, poblado chabolista, desguace de automóvil, podrían ser descritos como ecosistemas de origen de su bastarda especie. Así, Darío aporreaba por turnos los retos de una deformada hucha y una cubeta de plástico, mientras a crudo grito se pregonaba — ’Tengo, droga, tengo, droga, para aguantar toda la noche, toda la noche… ‘ — la vida cotidiana de la fauna sometida al clima extremo de la marginalidad. Personaje salido del agresivo paraje de la calle, la voz cortaba como las afiladas navajas en una reyerta, entonando un visceral y descarnado sermón — ’cancela, todas tus cuentas, vende, todas tus cosas ’ — con el cual acuchillar salvajemente el lúbrico cuerpo del materialismo neoliberal.


Licuada por los sintetizadores, Cachito Turulo, versión libre de los asturianos Fasenuova, resonaba al machaqueo de las percusiones. Componente más del son demoledor dirigido al tímpano, servido con un acompañamiento de deformadas guitarras, cuerdas serradas por arcos metálicos y motores de aspiradoras. Retrato mellado y desfigurado del perdedor, sonriendo sarcásticamente en la vigilia del desolador futuro, mientras contempla al dormido holocausto nuclear mecerse entre graves notas de bajo y la metálica caricia del sintetizador.
Giro de guión, desmontada la mesa de experimentos, apagadas las lámparas fluorescente, ahora una juguetona tompreta se acercaba desde la calle. Así daba comienzo el imprevisible directo de Pau y Edu. Después de atravesar la sala y golpear sus baquetas contra barandillas y reposapiés, escalaron al escenario. Sin pausa — ’Wananananai turn down that delay, wananananai Za is going to play…’ —, la narrativa automática, en la que se mezcla el ensayo y la prueba, empezaba a fluir desde el escenario, corriente en la cual se deslizaban a partes iguales sampleos contorsionados de trompeta y voces eléctricamente procesadas.
Desde el suave ritmo de una bossa nova hasta las improvisaciones fuera de control en los bordes del free jazz o la tralla sintética de sonidos próximos al kraut, Za! se mueve en un resbaladizo territorio de influencias difusas sobre el que construir en vivo efímeras estructuras, mecanismo artesanal incapaz de producir en serie. Pau al mando de la orquesta de samples desde su MPC, multiplicaba las letras en combinaciones de distorsiones y efectos — ’Dime quién lo trae caliente, dime quién-lo, dime quién-lo… ’ — hasta degenerar en una amalgama de gritos, removida por el golpeo desenfrenado de la batería.


Después de mandar un beso a los colegas de Fiera, a quienes echamos de menos en el escenario ayudando a Za! con su flow, cuenta atrás al modo jazz — ’un, dos, tres, cuatro, cinc, sis’ — para liberar el galope de la Gacela verde, carrera huidiza al ritmo de la batería y el eléctrico impulso del vocoder — ‘¡voy quemando rueda!’ — escapando de la metralla eléctrica disparada desde la caja de ritmos. Fiesta de la biodiversidad y canto a la madre tierra mestiza poblada por híbridas especies electrónicas nacidas del sintetizador, agudos aullidos combinados con onomatopeyas guturales todo servido sobre salsa de pegadizo ritmo.
Bailando a compás de MEGAFLOW (Gandula / Discorporate Records, 2011) nada mejor que un viaje relámpago al mundo kitsch de la China, donde cargarnos de souvenirs de importación mimados con buenas dosis de acordes acoplados y frenética batería. Nos despedía por megafonía un sucedáneo de sintonía asiática — ‘ yioooaaaeeeiiii, naanaaaaeei ’ — de gran almacén. Al frenético ritmo de un bucle de balbuceos monosilábicos, ruido de tubo de escape para regresar a la ruta de reparto entre polígonos industriales de Caloge a Tarrassa, siguiendo los pasos de Chimo Bayo. Modernos discípulos del flow en desfasada romería a modo de rave, rociados por el zumo de caliente ácido exprimido directamente, con las manos, de sus pedaleras.


Hecatombe sónica final, dejándonos secuelas en nuestras articulaciones y nuestros oídos, pero ganas de seguir la noche arrastrándonos con nocturnidad entre solares, descampados y edificios abandonados de la ciudad, medio nativo de estas dos raras especies donde observar sus pautas de comportamiento en completa libertad.