Crónica del Monkey Week 2016
Por 25 octubre, 2016 13:440


La octava edición de la muestra internacional de música independiente Monkey Week, testeaba su nuevo escenario expandido, la ciudad de Sevilla, hace una semana. Los meses previos, vividos entre la expectación y las dudas, daban paso a la experiencia práctica que, según los organizadores, ha superado cualquier expectativa.
Visto el balance de datos, los números hablan en positivo. Un aforo de público por encima de las ocho mil personas en las dos jornadas principales, a lo largo de las cuales se desplegó un exhaustivo programa de actividades — incluyendo conciertos, ponencias, talleres, proyecciones y debates — cuya suma superó la doble centena, puede calificarse de excepcional. Sin embargo, si miramos más allá de las frías estadísticas, ¿cuál fue la sustancia que volvió a dar vida efímera al cuerpo del mono?
No parece descabellado asimilar su funcionamiento al de un gran organismo, más, si cabe, cuando el anexo profesional fue presentado bajo el epígrafe Monkey Brain. Su estructura sistémica, es decir, compuesta por distintas unidades que pueden ser separadas y sometidas a análisis, permitirá la disección y el rastreo de sinergias internas, ayudando a clarificar el comportamiento de un festival único en su especie. El cerebro mostró el lado más racional, dedicado a crear redes entre artistas y bandas participantes, promotores, discográficas, empresas y medios de comunicación, apoyándose en nodos de primer orden como la entrevista pública a Michael Rother, habrá que descubrir qué oculta el primate bajo el resto de su piel.

Se ha detectado un pico de actividad en la franja horaria diurna, su localización: la arteria principal. Programado en abierto, el gran espacio público de la Alameda de Hércules sería el conductor base durante las horas en las que brilló el sol. Atraído por un espectro fulgente de colores ácidos, el público caminaba hacia el extremo sur. Rescatada de las ruinas de un parque de atracciones crepuscular, una obsoleta pista de coches locos volvía a activarse, reconvertida en pista de baile. La estridente bocina, marcando el tiempo, el colorido de su iluminación, o, incluso, un par de autos varados sobre las pantallas de sonido, observando al visitante con inquisidores faros, completaban el paisaje inesperado para el aficionado a la música en directo.
Esta prótesis añadida en periodo de pruebas, no estuvo exenta de algún problema acústico revisable en futuras ediciones, se valió de su exótico atractivo — la sensación de extrañeza en el recién llegado — para congregar a multitudes en torno a su hipnótico brillo. La nómina de artistas aparecía cargada de nombres conocidos, tomando el pulso a la escena independiente local, y la puesta en marcha se encargó a unos noveles Terri Vs. Tori. El pop onírico, hilado a través de acordes luminosos, parecía cortado a medida de un lugar entre el sueño y la realidad.

La pátina de novedad no podía velar su cualidad de ruina. Metáfora válida para la Alameda, víctima de una rehabilitación física devastadora que ha borrado la identidad sedimentada a lo largo de décadas gracias a la especulación inmobiliaria. Uno de los participantes en aquella ebullición creativa alrededor de la calle Feria fue Andrés Herrera Ruiz Pájaro. La vuelta de su guitarra al corazón del barrio rindió homenaje a la locura — ‘aquí estamos todos locos como los coches‘ — siempre acompañado por una cerveza. El rock de Pájaro pertenece a la escuela clásica y es síntesis del sonido importado desde Norteamérica y la vasta tradición local en el toque de la guitarra. Sigue el camino inverso al recorrido por ‘Misirlou’, incluida en la lista de temas, que viajo desde el mediterráneo hasta la costa atlántica. Siempre atento a la afinación de las cuerdas, exhibe un directo impecable, medido, a pesar de esa aparente imagen de crápula, y su voz rasgada narró parte de los relatos sobre logros y fracasos que componen ‘He matado al ángel‘ (Happy Place, 2016).
Opuesto al soleado aire libre, el subsuelo se abría para dejar ver sus oscuras vísceras. Un aparcamiento subterráneo convertido en sarcófago de hormigón evitaría la fuga de los ritmos inestables y potencialmente contagiosos que iban a ser liberados en su interior. Para su puesta a prueba, se eligió la materia oscura de Trepàt. La reacción entre la escena post-punk inglesa y la movida autóctona podría ser su origen químico. Tras los cambios de formación y prescindiendo del sonido clásico del oboe, la banda ha evolucionado hacia un terreno salvaje, de melodías viscosas y pegadizas que se apoyan en el dramatismo exacerbado de su vocalista, Juan Luis Torné. Los experimentos con material pirotécnico son los más peligrosos y Los Bengala traían pólvora a punto de estallar. Borja Téllez pronto se despojó del uniforme estampado en piel de tigre sintética para empuñar el micro y lanzarse a la pista. No está la palabra freno en el código genético de su garage deslenguado, un ritmo virulento que contagió al público, haciéndolo bailar hasta la extenuación en un trance colectivo. Empapados en sudor, los presentes apenas recuerdan nada, sólo culpan al boogie.

Los datos extraídos hasta el momento han situado el epicentro de su sistema orgánico, aún nos queda desvelar qué ocurría en sus extremidades. El espacio de mayor aforo funcionaba de forma autónoma al otro lado del río. Cedido por la administración, el Teatro Central acogió los nombres principales del cartel. Sorprende, pese a ello y su excelente cualificación a nivel acústico y logístico, que completara el festival siendo el lugar menos transitado. Circunstancia achacable a su aislamiento con respecto al grueso de una programación monopolizada por la Alameda y la red de salas circundantes.
Si hubiera que señalar la conciencia del simio, no cabría duda en elegir al Niño de Elche y sus compañeros Los Voluble. La formación sumaba dos colaboradores habituales, Pablo Peña y Raúl Cantizano. ‘En el nombre de‘ es continuación lógica del hilo argumental que ambos han construido, mostrando en crudo el conflicto y las consecuencias de la actuación del poder sobre el oprimido. El medio audiovisual, utilizado de decorado mutante, y las agresivas bases electrónicas, semejantes al funcionamiento de una máquina industrial, pretendían arropar la voz de Francisco Contreras con menor peso frente a su anterior montaje. Abarcar las problemáticas migratorias y de género en menos de una hora puede resultar arriesgado, y el atractivo continente se diluyó al mostrar su contenido. Pecó de disperso frente a la consistencia argumental de ‘Raverdial‘, que mostró al flamenco como género vigente y creativamente válido para la denuncia social contemporánea. El lenguaje electrónico escalaba hacia la abstracción con Michael Rother. Actuación críptica la del precursor de la música electrónica en Europa, ensimismado en las progresiones tonales y los bucles melódicos que no lograron conectar con el público. Podría decirse que el sonido de Neu! fue criogenizado en la década de los setenta, dada la sensación helada que dejó a su paso.

Justo en el extremo contrario, el pasional y, a su vez, sensible corazón de la bestia habló a través de la voz de Lee Fields. La carrera del norteamericano roza el medio siglo, lo que le convierte en uno de los pocos integrantes de la vieja escuela del soul que aún se mantienen en activo. Eligió una pieza puramente instrumental para presentarse ante el público, intro similar a la utilizada en el hip-hop donde el MC es el encargado de abrir la ceremonia. En ‘All I Need‘, los miembros de The Expressions se incorporan progresivamente a una melodía que rompe con la aparición de Fields, muestra de un todo que funciona con precisión. Él y su banda se embarcaron hace unos años en recuperar el sonido del soul clásico, aquel donde los vocalistas eran escoltados por vientos, cuerdas y percusiones, pero su intención no era sumar un género más a la moda del revival, sino explorar la riqueza ofrecida por el pasado de forma creativa. Y no hay mejor manera de transmitir un discurso que defendiéndolo en directo. Esa idea se transmite explícitamente en el escenario, donde la banda se complementa con la voz plena de matices, gracias a la evolución técnica de Fields a lo largo de su extensa carrera, sirviéndose de los arreglos trabajados en común. El resultado, un mensaje emocionalmente aumentado que habla del fracaso sentimental, la soledad y la necesidad del contacto con el otro.


Llegó la hora de devolver al simio a su estado latente. La catarsis vivida en el Teatro Central era el paso previo a su desconexión, puesto que sería peligroso mantener activa a esta criatura espoleada por el ritmo frenético de la música durante tres días. Inesperadamente, su garra más afilada sorprendió con un zarpazo directo. KILL KILL!, Perro y Futuro Terror le deban forma, tres bandas arrolladoras en el cuerpo a cuerpo y que se mueven como pez en el agua en los ambientes opresivos.
La Sala X quedó convertida en ring de boxeo y la masa se agolpaba a sus puertas luchando por conseguir un pase para el combate definitivo: las bandas contra el público. Flo y What!, dos seudónimos que ocultan la verdadera identidad de KILL KILL!, eran los primeros en el cartel, sus mejores armas: los beats agresivos, las letras absurdas y una bolsa de palomitas para distraer al oponente. En el segundo asalto Perro entraría en escena. Los murcianos ya son bien conocidos por la organización, y saben que pueden contar con ellos como peso pesado para la última noche, hace tiempo que renegaron del indie-pop y ahora luchan a base de ruido, golpeando a dúo de doble batería. Si quedaran supervivientes, en el duelo final les aguardaba un famélico espectro. Así es el guardián del sonido de Futuro Terror, fusión entre el jefe final de un videojuego siniestro y un villano de Serie B. Sus huesudas manos no dudarán en lanzar afilados riffs de guitarra hasta lograr atrapar al adversario y llevarlo al oscuro universo de sus letras.
Desconozco el resultado final de la batalla, sólo recuerdo caer aturdido en uno de sus pogos y despertar, confuso y empapado, a la orilla del Guadalquivir. Una Torre del Oro en ruinas me contempla, golpeada por la corriente. Aún espero noticias de algún otro superviviente.