La efectividad de la canción pop bien hecha
Desde que a finales de octubre publicaron Una mar enorme (Gramaciones Grabofónicas, 2017), había ganas de escuchar a Templeton en directo. Los que estuvieron en el concierto de Los Planetas en Madrid, tuvieron una oportunidad, pero no era suficiente. Después de cuatro trabajos y de diez nuevas canciones que son píldoras exquisitas de sentimentalidad, se merecen ser protagonistas. Tienen méritos de sobra para ello.
Y no éramos pocos los que lo pensábamos. Si esa noche no hubo sold out en la sala El Sol, fue por poco.
Las primeras sensaciones de la noche corrieron a cargo de Me and The Bees. La fortuna que tiene este trío de Barcelona es que tienen una suerte de propuesta atemporal que resulta muy agradecida. Entre el pop y el rock, consiguen ‘libar’ esa esencia de la música popular para hacer unas canciones que parecen evocar diferentes épocas pero sin resultar burdas copias de lo mismo.
Iban acelerados porque tenían el tiempo medido, pero eso no evitó que desplegaran su encanto y solvencia. En un principio, comentaron que apenas hablarían, para no entretenerse, pero a medida que sucedían las canciones no pudieron evitarlo. Había que coger resuello y se les hacía raro el no interactuar con el público. Pero el efecto de su música lo consiguieron: esa especie de bienestar que genera una canción pop, con guitarra, bajo y batería, alejada de ciertos artificios.
Una mar enorme de sentimientos, la especialidad de Templeton
Discretamente, los seis componentes de Templeton se situaban en el escenario. Comenzaban a sonar las primeras notas de “Año Sabático” para crear un primer ambiente pausado como introducción. Pero ese no sería el único, pues durante el concierto modularon con maestría diferentes tonalidades y sensaciones. Sus discos dan para ello (cuando los escuchas, te das cuenta), pero la gracia es saber combinarlas. Para bien, conformaron un setlist tan variado en sonidos que te hacía valorar que no había canciones que se parecieran; para mal, fue tan divertido no saber lo que esperar que, al terminar, nos pareció que había sido corto.
Esa variedad no es solo “teórica”, no es algo que se quede a nivel compositivo: ellos como músicos son casi casi un orgía de maestría. Comenzando por esa especie de paréntesis de virguería musical que son Betacam y Brian Hunt. Situados en cada uno de los extremos del escenario, cada uno de ellos desarrollaba su personal aportación al sonido Templeton: el primero, a la izquierda, con sus teclados y sintetizadores, que una y otra vez reconfirma su capacidad para traducir sentimientos en sonidos sintéticos; el segundo, a la derecha, con su guitarra y su impresionante capacidad de crear una capa de desarrollo de las capacidades guitarrísticas.
Esa parte fascina pero los otros miembros de Templeton no se quedan atrás: la voz de Álvaro Martínez Bueno y su concentrada sentimentalidad, capaz de crear una conversación tan llena de matices que parece que hablaras con un colega; la sobriedad de Santiago Castillo (Esmeraldo) a la guitarra, Pablo Bordas al bajo y Gonzalo Mamano en la batería, que desarrollan un compacto sonoro que marca el desarrollo de las canciones. La verdad es que es difícil no dejar de observarles cómo tocan y disfrutan con la música.
“Pálida Camarada”, “¡Flash!”, “Largo Recorrido”, “Me has dejado de gustar”, “Quemado por el sol”… A la vez que presentaban las canciones de Una mar enorme, intercalaban temas de sus trabajos anteriores, especialmente de ese incomprendido que es Rosi (2014), y de El Murmullo (2012), en la parte final del concierto. Cada tema tenía algo especial, pero si tuviéramos que quedarnos con alguno lo haríamos con las dos canciones que cerraban la primera parte. “La gran ciudad” fue ese tema en el que se vinieron especialmente arriba, con un sentido del humor impagable: al terminar, bromeaban entre ellos porque les resultaba familiar esa parte instrumental, mencionando a Arcade Fire como en segundo plano. A este le siguió “Marzo Mayea”, tan redondo, tan atípico y tan lleno de verdad que merece ser vivido en directo: ese in crescendo de emociones es difícil de alcanzar.
Comenzaron la noche emocionados con la cantidad de gente que allí había y la cerraron con la misma sensación, por la acogida que tuvieron. Quizás no es necesario que el público cante todas tus canciones para notarlo, pero probablemente da una idea de lo que llegan a tocar a la gente.