Kendrick Lamar y Arcade Fire fueron algunos de los platos fuertes de este Pukkelpop 2018.
Allí que fuimos desde El Enano Rabioso (tras nuestra estupenda experiencia en 2013) para poder ver y escuchar un cartel que destaca principalmente por su diversidad, la falta de complejos y que se beneficia de una organización impecable. El evento cobra vida en una mini-ciudad festivalera que se levanta a las afueras de la localidad, al lado de una carretera comarcal que separa el festival, a mano derecha, del camping y los chalets de los vecinos, a mano izquierda, que acogen a los asistentes con cariño y simpatía, incluso colocando puestos de comida en sus jardines para poder satisfacer el hambre de los festivaleros. Ellos entienden el Pukkelpop como algo suyo y de la comunidad y lo cuidan como tal, intentando que esas 60.000 personas que acuden diariamente al festival tengan la mejor experiencia posible.
Como comentábamos antes, la organización fue de 10 durante todo el fin de semana, por lo que en esta crónica no encontrarás quejas por la falta de sonido, las colas interminables para ir al baño o pillar bebida, ni nada por el estilo. No hay nada que destacar en ese aspecto y eso ya es un elemento diferenciador en relación a cómo te sientes -y cómo te tratan- en otros festivales (que cada uno se imagine el suyo).
Pero vayamos ya al meollo de la cuestión, a lo que interesa de verdad. La música.
El jueves comenzamos el día pronto, adaptándonos a los cánones europeos, y, tras un primer reconocimiento al espectacular recinto, con 8 escenarios y multitud de cosas que hacer por todos lados, nos dirigimos a la carpa Club para escuchar las últimas canciones de una mujer que ya está dando mucho que hablar, Phoebe Bridgers, coétanea y amiga de Julien Baker y Lucy Dacus, con quién acaba de formar un grupo que os recomendamos encarecidamente, Boygenius. Phoebe brilló con luz propia arropada por su numerosa banda de acompañamiento, que daba cierto fuste a unas canciones que, de otra manera, se pueden tornar un poco lánguidas. Para el recuerdo quedará una Scott Street memorable y emocionante a partes iguales.
Poco después fue el turno de una de las actuaciones más esperadas del festival. Brockhampton, la mejor boyband del planeta -como ellos mismos se definen- tenían un horario feo (las 16:30) y la carpa Dance Hall ya estaba a reventar rato antes del comienzo de su actuación. Si a esto le añadimos los más de 30 grados que caían sobre Bélgica y los millenials venidos del cámping, os podéis imaginar el asadero y la colección de olores que era aquello. Poco importó esto, pues la comunión con el grupo fue total desde el minuto 1. Liderados por un Kevin Abstract espídico, los seis miembros del grupo se presentaron, como diría Broncano, a cara perro. El escenario estaba desnudo, nada de artificios. Solamente se emitían en una pantalla trasera imágenes de Instagram de los miembros del grupo acicalándose, uno a uno. El resto, ellos y sus micrófonos. Nada -o al menos que intuyéramos- de playback, que cada vez está más de moda. Se sucedieron los hits desde el principio, coreando el público hasta las canciones más novedosas, como fueron “1999 Wildfire” o una espectacular “1997 Diana”. Con un Matt Champions especialmente activo, el único momento relativamente tranquilo fue cuando Bearface dio un paso al frente, después de estar en un segundo plano durante todo el concierto, para interpretar Summer a solas con su guitarra. Momento previo al jolgorio, fiesta y pogos que se vivieron con su buque insignia, una Boogie tremenda que hizo que Brockhampton dejara el listón muy alto para todo lo que iba a venir el fin de semana. Ojalá no tarden mucho en estrenarse en España, deseando que llegue ya el momento.
Poco después era el turno de otro de esos grupos que parece que tienen urticaria a pasarse por España. Unos Dirty Projectors a los que llegamos con mucha curiosidad y ganas, pero que no nos terminaron de convencer. Quizá fue la hora, el calor, la falta de Amber Coffman, el venir de la bomba de Brockhampton o algún otro factor hizo que las canciones del grupo liderado por Dave Longstreth nos parecieran sosas y no conectaran con un público que, además, no llenaba ni a la mitad la carpa Club. Hasta ellos tenían cara de aburrirse. Ni con una final “Keep Your Name” pudo levantarse la cosa. Una pena, otra vez será.
Las siguientes actuaciones nos sirvieron para comprobar lo jefes que son dos artistas en sus estilos, en los que ya poca gente puede toserles. Unos Unknown Mortal Orchestra totalmente coronados ya en el trono del rock-indie petando el escenario Marquee, la carpa más grande dedicada a los sonidos no-electrónicos, y una Dua Lipa, diosa como siempre, reinando y manejando al público del escenario principal a su antojo, el único no cubierto de todo el festival, con su pop veraniego de manual.
Después tocó doble sesión de sonidos electrónicos de la mano de un James Holden más orgánico que nunca gracias a sus The Animal Spirits, conjunto de música, digamos jazz, que llevó a la carpa Castello al trance absoluto con melodías repetitivas, pegadizas y absorbentes. De lo mejor del fin de semana junto a unos Kiasmos pletóricos a los que lo único que podemos achacar es la falta de nuevo material y que el set fuera prácticamente calcado al que ya presentaran en otros festivales.
Entre medias, pudimos ver algo que preferimos olvidar. Una Young MA sin gracia ni flow que pasó con más pena que gloria por uno de los escenarios más pequeños del festival, el Lift, por el cual desfilaría posteriormente un Rejjie Snow que sí dio lo que prometía, un rap mezclado con diferentes estilos, del pop a la electrónica, de una forma acertada, certera y terminando con una debilidad de los que esto escribimos, una Charlie Brown apoteósica.
Como apoteósico fue el espectáculo que montó el cabeza de cartel del primer día del Pukkelpop, unos Arcade Fire totalmente engrasados y espectaculares. Confieso la pereza que me generaban tras su último disco y la cierta manía que les cogí tras ver su documental The Reflektor Tapes, una de las cosas más pretenciosas y vacías que se ha filmado en los últimos años. Pero ay, es muy difícil sentir otra cosa que no sea felicidad cuando suenan los acordes de “Neighborhood #3 (Power Out)” o “Neighborhood #1 (Tunnels)” que, junto con una elección de setlist bastante acertado, con presencia de los mejores cortes de su último álbum como “Creature Comfort” o “Put Your Money On Me”, hicieron totalmente merecedores al grupo canadiense del puesto de mayor reclamo de la noche. Dos únicos peros: uno, no tocar nada de Neon Bible debería estar penado por ley, y dos, el efecto “Wake Up” como cierre empieza a flojear. Quizá convendría darle un descanso y olvidarse de ella durante un tiempo.
El viernes era una jornada marcada por la caída del cabeza de cartel, Travis Scott. Compromisos con un premio MTV surgidos una semana antes hicieron que el estadounidense tuviera que cancelar su actuación, por segunda vez en este festival. Imaginamos que ante la demostración de seriedad del rapero, no habrá tercer anuncio de Scott en futuros Pukkelpop.
El recambio por parte de la organización tampoco estuvo a la altura. Pusieron a la dj local Charlotte de Witte a cerrar el escenario principal cuando el jueves ella ya tocaba en el Boiler Room, la carpa gigante dedicada a sonidos electrónicos. Difícil de entender.
Más allá de ese gran detalle, la jornada del viernes careció de grandes nombres pero tuvo una buena variedad de bandas de los denominados “clase media” que hicieron que fuera una jornada variada y de buena calidad. De ello se encargaron, por ejemplo, los jóvenes Moaning, que, a pesar de haber perdido el equipo en su vuelo desde Los Ángeles, dieron muestra de un post-punk compacto y agresivo. Acaban de sacar disco debut con Sub Pop y canciones como Don’t Go son uno de los trallazos del año. A tener en cuenta.
Ante el difícil solape Sudan Archives – JD McPherson, optamos por la opción fifty-fifty, aunque en la primera parte del set nos decepcionó una Sudan Archives con una propuesta plana, desnuda -prácticamente todo el set era ella sola y su violín- y ciertamente monótona. La segunda parte del concierto de JD McPherson fue prácticamente lo opuesto. Rock sureño de manual, bien ejecutado por una banda que se las sabe todas y acompañados con canciones tan coreables como Let The Good Times Roll, que hizo que todos y cada uno de los asistentes saliera de la carpa con una sonrisa en la boca.
Seguidamente nos dio tiempo a asombrarnos una vez más con el vozarrón de Yellow Days, esa mezcla millenial de James Blake con Mac DeMarco, y a comprobar, con sorpresa, que Papa Roach siguen existiendo y que hay gente dispuesta a escucharles.
Lo más destacable de esta jornada se concentró en la parte final de la misma. Empezando con el grupo de Pharrell Williams, N.E.R.D. que montaron un espectáculo bien divertido, para todos los públicos y sin ningún tipo de prejuicio. El hombre tiene ya 45 años (sí, de verdad) pero mueve masas como un veinteañero. El final del concierto fue una foto perfecta. Cerca de 70 personas subidas encima del escenario y bailando al son de Lemon, su último single realizado con Rihanna y del que el mismísimo Drake ha hecho un remix. Antes de eso ya habían caído todas las míticas, de Lapdance a Everyone Nose y su pegadizo “All the girls standing in the line for the bathroom”, que cantó media Bélgica. Aunque sus composiciones ya no gozan de la relevancia de mediados de la década anterior, N.E.R.D. hicieron constar que aún conservan un directo muy disfrutable.
Teníamos curiosidad por comprobar cómo encajaba un grupo tan íntimo como Rhye en un horario nocturno de festival y nos sorprendió sobremanera el toque funk y popero que añaden a sus cortes, sin perder éstas una pizca de la intimidad y sensualidad que supuran. Banda con vientos, teclados dignos de DFA y una voz realmente particular que fueron una de las sorpresas del festival. Y si hablamos de vientos, no podemos dejar de destacar el aquelarre sonoro que montaron Sons of Kemet en la carpa Lift a medianoche. Una batidora de funk-jazz cargada de ritmos africanos, caribeños y todo lo que puedas imaginar. Un no parar de bailar liderado por un Shabaka Hutchings en estado de gracia y apoyado en gran medida por un instrumento peculiar en una banda, la tuba. Muy muy bien.
Para terminar de desgastar zapatillas, fuimos a rendir pleitesía a uno de los popes de la música electrónica de este siglo, Todd Terje y su sonido juguetón y repleto de matices bailables. Era un dj Set y no sonaron composiciones suyas, pero sí fue una hora marcada por el sonido disco veraniego de los 80 que ha influido de forma clave en su música.
Y por fin llegó el sábado, la jornada marcada con X desde el principio del festival. Principalmente porque la encabezaba el mejor rapero de la actualidad, Kendrick Lamar, que va de obra maestra en obra maestra cada vez que le da por publicar. Antes de eso, a primera hora de la tarde, pudimos presenciar un show totalmente teatral protagonizado por Confidence Man, la banda australiana formada por Janet Planet, la frontwoman, y Sugar Bones, el acompañante, más dos miembros muy locos a los teclados ataviados con una especie de burka totalmente negro. Con esta apariencia protagonizaron un show divertidísimo de música electropop en el que bailaron como absolutos mamarrachos sin parar, con cambios interminables de ropa y temáticas, con series de movimientos de manos inverosímiles. No extraña, pues, que ellos mismos confesaran que su forma de escribir canciones era ponerse borrachos y hacer cosas estúpidas. Tal cual. Y así se ve reflejado en sus conciertos. El único pero que se les puede poner no fue cosa suya. Su hueco en la programación pedía nocturnidad y quedaba un poco raro ver este tipo de espectáculo a la hora de comer. Más allá de eso, tienen todas las papeletas para sustituir a !!! o cualquier otro grupo omnipresente en los festivales españoles que no inventan nada pero lo divierten todo. Hagan la apuesta.
Más tarde, nos fastidió el solape J. Bernardt vs Jordan Rakei, así que volvimos a utilizar la táctica 50/50. El belga se presentó en el Main Stage con su proyecto paralelo al grupo que le da fama, Balthazar. Alejado del indie-rock de manual de éstos, al bueno de J.Bernardt se le nota la influencia de un Father John Misty al que aplica un barniz electrónico que, aunque en directo se porta bien, no pasa nunca del aprobado. Mientras, el neozelandés Jordan Rakei mostró su soul futurista que le está haciendo ganar fama a pesar de su juventud, manejando una gran banda y demostrando que es uno de los grandes valores a tener en cuenta en el futuro. Especialmente destacable el momento jazzístico de Wildfire.
¿Programar en una carpa a las 18:30 para una sesión de electrónica a uno de los grupos más pujantes de la actualidad? “Why not?”, debió pensar el que decidió que The Blaze cumplía los requisitos oportunos para montar una buena rave. Y lo cierto es que su show, medido como pocos, funciona como un tiro incluso a la hora de la merienda. A pocas semanas de tener su álbum debut a la venta, casi podíamos corear todas sus canciones, si no por conciertos previos, por algún vídeo de sello propio en youtube. Los franceses se han creado una marca y una imagen audiovisual tan cuidada que, a poco que acompañe la música, como van demostrando acertadamente con cada single, les permitirá encabezar todo festival que se precie. O al menos su zona electrónica. Les vimos en el FIB y en el PS, con un grado más de confianza entre ellos, y aquí ya directamente se dirigían al público, cantaban más, se les notaba más a gusto. Cosas del rodaje. Gran acogida de “Territory”, cómo no, y de una “Virile” que siempre logra poner los pelos de punta.
Las siguiente horas transitamos por el jazz canónico de los ingleses Gogo Penguin y la electrónica elegante y expansiva de una Roisin Murphy a la que no le pesó el estar en el Marquee, buen lleno para corear una “Overpowered” por la que el tiempo no pasa. Incluso hubo espacio para repasar su época Moloko, con “Forever More” y la mítica “Sing It Back”.
Otros que, como The Blaze, están a la espera de lanzar un esperado álbum, son Jungle. La banda inglesa montó el ambiente más íntimo del festival en el coqueto Castello, con un juego de luces que atraía su propuesta de jazz-rnb-pop futurista. Inclasificables dentro del sonido propio que han montado, volvieron a demostrar por qué están ya en la primera división. Un directo calculado al milímetro, emocionante, y cuyas canciones más desconocidas, véase “Happy Man” o “Heavy, California”, ya fueron recibidas con gran entusiasmo por el público presente. Sorprendente si tenemos en cuenta que, en mi opinión, no se acercan a composiciones tan redondas como “Julia” o “The Heat”, con ese sonido tan policiaco ya marca de la casa.
Poco pudimos ver de Justice, ya que la carpa estaba tan llena que ni asomándose desde la distancia se lograba intuir el fastuoso escenario que llevan en esta gira y que hemos podido ver en el FIB o Mad Cool este año. Una pena y un pequeño error de programación, merecían mejor escenario a pesar de no estar en su mejor momento a nivel creativo.
Así que fuimos directos a coger sitio para ver al rey, el jefe del rap americano a partir del 201X, un Kendrick Lamar que llegaba a Bélgica como estrella absoluta, anunciado aparte del resto de line-up como primer reclamo. Y, oh sopresa, sucedió lo que nadie esperaba. El público, ya desde el primer momento con una “DNA” con el cuchillo entre los dientes, le recibió con indiferencia. Ni siquiera se volvían ni le daban la espalda, solamente se quedaban ahí, quietos. Lamar, que parecía ciertamente enfadado por la situación, intentaba animar el cotarro y, ni con las proyecciones de su álter ego Kung Fu Kenny, ni encadenando sus temas más conocidos -llegó a soltar un trío formado por “Bitch Dont Kill My Vibe” + “Alright” + “Humble”-, logró el nivel de conexión que antes habíamos visto entre Pharrell Williams o Brockhampton y los belgas. De Expediente X. Un setlist cuidado, aunque sobraban las versiones de Travis Scott o ScHoolboy Q, una banda de categoría y un intérprete en estado de gracia, ¿qué más hacía falta, Pukkelpop?