No sabemos mentir, así que aras de la verdad tengo que empezar diciendo que el Polifonik Sound te termina ganando por su normalidad, por su cotidianidad. Con normalidad me refiero a que no destaca por nada especial, es un festival de formato pequeño que sigue los parámetros organizativos marcados por otros grandes eventos musicales además de no ser un evento que se desmarque por una programación rompedora con el grueso de este tipo de oferta musical como, por ejemplo, podría ser el Periferias de la vecina Huesca. Pero es quizá esa normalidad, que se mantiene año tras año, la que le ha dado un carácter de encuentro con aires de fiestas patronales (el vermú de la jornada del sábado tiene mucho de esto). Quizá a esto también ayuda la circunstancia de desarrollarse en una pequeña localidad que poco tiene que ver con las grandes capitales donde se celebran este tipo de eventos. El hecho es que entre los/las asistentes flota un poco esta sensación. Y con esa normalidad, con sus pros (por ejemplo, la casi ausencia de solapamientos entre actuaciones o de grandes aglomeraciones en barras, puestos de comida y conciertos) y sus contras, hay que concederle al festival el haberse convertido con doce ediciones a sus hombros en una de las citas musicales más clásicas e importantes del territorio aragonés durante los meses estivales. Sólo superada por Pirineos Sur una vez que se perdió hace años el Monegros Desert Festival. Quizá haya gente, yo el primero, que desdeñe en bastantes ocasiones parte de su falta de riesgo y poca voluntad de innovación estilística en sus carteles (quizá por eso les va tan bien porque no nos hacen caso a los “vinagres”) pero si faltara, lo echaríamos de menos. Así que, por mi parte, larga vida al Polifonik
Viernes


De las actuaciones del viernes quiero comenzar destacando que el chiste de Camellos se está convirtiendo en algo serio. Una propuesta que apuesta tanto por el humor sarcástico siempre ha corrido y corre el peligro lógico de tomarse a chufla pero, como dice ese dicho: entre broma y broma, la verdad asoma. Su directo es cada vez más solvente y acerado. Su rock garajero mueve al pogo y a la crítica social indirecta (esa que tira de ironía y de dobles sentidos) con letras como las de “Becaria” o esa “Gol” en la que se llevan a su particular barro a un grupo tan M80 o Kiss FM como Spandau Ballet. Así sí.
Muchos menos disfrutables me resultaron Koel, los granadinos son la enésima semilla que nace de los frutos de esos árboles que hace tiempo que pueblan el bosque del indie patrio como son Vetusta Morla, Supersubmarina e Izal. Lo suyo, sin estar mal ejecutado, me termina resultando pesado y aburrido. Parecido me ocurrió con Tu Otra Bonita. Estos son hijos directos de la escuela Los Delinqüentes: pop aflamencado, que sí, movió a parte del pueblo con su actitud o ganchos infalibles (la versión del “Volando voy” de Camarón es un as que nunca falla), eso se lo concedo, pero que a mí personalmente no me terminaron de convencer ni como pop ni como flamenco.


Tras estos grupos que actuaban casi como aperitivo, como se podía percibir en la afluencia de público, era el momento de uno de los platos principales de la jornada: Zahara. En su actuación no faltó entrega y actitud por su parte. Si además de eso se cuenta con un buen puñado de buenas canciones amasadas en todos estos años de trayectoría, ¿qué podía fallar? Pues el sonido. A pesar de contar con una magnífica banda a su alrededor que tiene entre sus miembros a músicos tan fiables como Martí Perarnau (Mucho) y Manuel Cabezalí (Havalina), su concierto sonó enmarañado en bastantes momentos, perdiendo detallismo en unos temas que en muchos casos lo demandan. Sus bailes finales con “Hoy la bestia cena en casa” no dejaban de ser el colofón un poco esteril a una actuación irregular.


Tras ella, el segundo plato fuerte: Viva Suecia. Lo suyo se mueve en esa extraña y, en su caso, fina frontera que puede separar los territorios musicales de Vetusta Morla y Los Planetas, resultando mucho más interesantes cuando se internan en las brumas guitarreras que los emparentan con los primeros discos de los segundos. El 90% del tiempo son como un jinete de rodeo montados sobre una épica encabritada en la cual, en bastantes ocasiones, sorprendentemente, consiguen mantenerse a caballo sin caerse. No sé si están ganando tiempo pero sí un lugar en la primera división de popularidad del indie.
Y ahora cedo la palabra a mi compañero Diego José Fabián para que cuente las impresiones de la jornada del sábado. Sólo apuntar que él todavía sabe mentir menos que yo y que nunca se os ocurra preguntarle por qué lleva pantalones largos en plena ola de calor veraniega.
Sábado
Por Diego José Fabián
Hace dos años, tras volver de un BBK Live, publiqué en este mismo medio una reflexión sobre los festivales musicales veraniegos cuando ya vas teniendo una edad. Este recuerdo no me lleva ni de lejos a retractarme, sino al contrario, a reafirmar que vivimos para esto y que es parte de la esencia de la vida. Pero la cuestión es que no es menos cierto que con la edad nos volvemos más críticos y selectivos, y esto me lleva a dos bifurcaciones. La primera es el vicio puro y duro. Antes estos eventos tendían a plantearse como fiestas hedonistas de música, alcohol y drogas. Esto no es algo malo. Experimentar en la vida es bueno, conocer tu cuerpo, tus límites. Tratar sensaciones nuevas y consolidar las conocidas. Sabéis de lo que hablo, ¿no? Pero cuando ya tienes una edad, el cuerpo te puede pedir vivir los festivales desde una perspectiva más serena, y disfrutar del agua y las 0,0s. Y plantearte nuevos retos. Es lo que me lleva a la segunda bifurcación. La jornada del sábado de esta edición del Polifonik era jodida en sí. De todos los nombres, solo uno, Cupido, podía resultar especialmente llamativo, dada su mezcla de estilos antagónicos. Pues bien, esto es lo que justificó mi presencia. No sé mentir. Y concretamente, su tema soft trap de bandera, “No sabes mentir” fue la razón que me llevó a Barbastro. Como el karma aún no es lo mío, desde que aterricé en la capital del vino Somontano hasta que esto sucedió, tuve que esperar 8 horas. Durante el transcurso de ellas, sucedió todo esto…
El escenario Ámbar (el de los palés), fue inaugurado por Basanta todavía con no mucho público y un sol que quemaba y asfixiaba. Los miembros del grupo lucieron unas cornamentas que me lleva a pensar que están siguiendo los partidos de Madagascar en la actual Copa Africa. Por lo de los bueyes, pienso. Siguió la cadenciosa y entrañable Alondra Bentley, tan sedosa como de costumbre y luciéndose especialmente en sus temas más electrónicos. Fue un placer como siempre. Con la huida del sol, llegaron los vigueses Maryland, quienes tuvieron a una parte del público a su favor y a otra, en la que me incluyo, sentados al fondo, cenando tranquilamente y dejando pasar el tiempo para ir al escenario Somontano a ver como Full vomitaban todo el Vetusta Morla mamado.


De vuelta al Ámbar, Nixon hizo efectiva su profesionalidad y experiencia y hasta entretuvo a un público que ya tenía ganas de pasar a la acción con Carolina Durante. Estos con su carismático Diego Ibáñez al frente, que se contonea en el escenario a lo Gerard Alegre de El Ultimo Vecino, incendiaron con “La noche de los muertos vivientes”, “El himno titular”, “Perdón (ahora sí que sí)” y obviamente con esa “Cayetano” que viene a ser el gran triunfo del nuevo indie, el que aún resiste. Tras esta euforia vino el momento emocional de la noche con Second, grupo del que no me declaro fan pero al que adoro por esa “Nivel inexperto” que es puro emo-pop, del que llega al fondo y te saca lágrimas. Con “Rincón exquisito” alcanzaron otra cota pero era el momento de salir del pabellón para bailar un poco con Alex Curreya, que hizo las labores de dj de continuidad, y que en algún momento llegó a pinchar algo de techno que me puso sobrexcitado.


Y así, a las 3 de la madrugada, Cupido saltaron al pabellón Somontano a presentar “Préstame un sentimiento”, su álbum de debut. No era la hora más adecuada para su música, quizá las 9 de la noche entra mejor pero había ido a esto. Tras una bien ejecutada aunque ya algo cansina “Autoestima” y la siempre necesaria “Milhouse”, acabaron con “No sabes mentir” y es allí donde mi objetivo se cumplió. Fue coreada, bailada y bien recibida, pero mis acólitos y yo ya no estábamos para muchas ostias así que a We are not djs los dejamos escapar y se quedaron con la chavalería que tenía ganas de más.


Por último, haré incapié en la siempre llamativa vestimenta (o no) del público indie. Los tiempos de las camisetas a rayas se quedaron en Benicassim y ahora la regla es que no hay reglas. Porque los tacones no es que sean muy indies precisamente (o sí). Por mi parte solo una advertencia: siempre voy a los festivales de verano en pantalón largo y a los de invierno en camiseta de manga corta. Al próximo que me vuelva a preguntar por qué, lo fusilo.