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¿Feliz día mundial del rock? Las cinco grandes mentiras del rocanrol

Por Jose A. Rueda 0

Hoy 13 de julio se celebra el Dia Mundial del Rock, un universo sonoro reconocido como alternativo, contestatario y comprometido con las causas más nobles. Pero, ¿qué hay de cierto en todo eso? Desmontemos cinco de los mitos del rocanrol.

El 13 de julio de 1985 se montaron dos escenarios separados entre sí por más de cinco mil seiscientos kilómetros: uno en Filadelfia y otro en Londres. El evento era el mismo: el Live Aid, un megaconcierto benéfico que recaudó fondos para paliar la crisis de hambruna que atravesaban los países del cuerno africano. Al acto se presentaron más de veinte (en Inglaterra) y de treinta (en Estados Unidos) artistas de la talla de The Who, Queen, Status Quo, Elvis Costello, Sting, U2 o Dire Straits en el estadio de Wembley; y Judast Priest, Neil Young, Led Zeppelin, Bob Dylan, Tom Petty, Billy Ocean o Black Sabbath en el ya derribado estadio John F. Kennedy. Estos últimos acabaron el espectáculo con el mil veces escuchado coro de «We are the world, we are the children». Desde entonces, todos los 13 de julio se conmemora el Día Mundial del Rock.

La música rock y buena parte de sus subgéneros gozan de muy buena prensa en todos los países occidentales, hasta el punto de ser considerada la quintaesencia de la música popular contemporánea. El rocanrol se posiciona como música de indudable calidad, carácter combativo, comprometida con las clases más débiles y completamente alejada de la industria mercadotécnica del pop. Pero, ¿estamos seguros de todo esto? ¿Qué hay de verdad y de mito? A continuación, impugnaremos algunas de las afirmaciones más consolidadas sobre el género roquero.

1. El rock es lo contrario del pop.

En esta base se sustenta buena parte del mito del rock, por lo que es justo y necesario dinamitar esta falacia para que caigan, cual castillo de naipes, todas las demás mentiras del rocanrol. Para comprobar si de verdad pop y rock son antónimos habría que definir con precisión ambos conceptos, lo cual sería una tarea inabarcable para este humilde artículo. Como ambos subgéneros nacen y crecen en entornos anglosajones, nos guiaremos por el diccionario Oxford de la lengua inglesa para contrastar ambas acepciones. Según este, el rock and roll se resume en «un tipo de música, popular en los 50, de ritmo contundente y melodías sencillas». Mientras que la pop music se define como «música popular, de los años 50, generalmente de ritmo contundente y melodías sencillas, a menudo en contraste con el rock y el soul». ¿Lo adivinan? Sí: el rock y el pop son la misma cosa, solo que el pop contrasta —el diccionario Oxford no explica cómo— con otros géneros como el soul y el rock.

Este contraste podría ser el que comenta el musicólogo David Hesmondhalgh en su ensayo ¿Por qué es importante la música?, donde las diferencias entre el rock y el pop se fundamentan en las letras. De acuerdo con Hesmondhalgh, el rocanrol se rebela contra la moral victoriana desplegando un repertorio de versos lascivos, odas al amor efímero e invitaciones al sexo ocasional. Mientras que el pop conservaría unos valores más románticos en este aspecto. Pero aparquemos estas investigaciones del musicólogo británico para más adelante y desvelemos el por qué los roqueros se autoperciben en el ala opuesta al pop.

La palabra «pop» presenta aun más polisemia que el anglicismo rock’n’roll. Como apócope de «popular», que se escribe y significa lo mismo en inglés y en castellano, el pop hace referencia a las artes pertenecientes o relativas a un pueblo. La música pop se circunscribe, entonces, a los cantos y a las melodías peculiares de un conjunto determinado de personas, ya sea una etnia, una región o un país. Esto se puede confundir con la música folclórica, pero hay un matiz importante por el que se diferencian. El folklore, con ka, es otro anglicismo —vaya por Dios—, que combina folk (pueblo) con lore (conjunto de tradiciones o sabiduría popular). Respecto a lo musical, el folclore, con ce, se delimita a los cantos y melodías de tradición oral, divulgados entre generaciones de boca a oreja y sin más partitura que la memoria. El folclore es pop, pero tradicional: música popular tradicional. Por contra, el pop que no es tradicional se origina en el siglo XX cuando las músicas populares ya no se transmiten de boca a oreja, sino por medios electrónicos. Las cinco décadas que van desde las primeras transmisiones de radio durante el último coleo del XIX hasta la implantación del disco de vinilo en 1948 bifurcaron los caminos de la música popular. Por un lado, prosiguió el folclore o música popular tradicional y, por otro, nació el pop o la música popular contemporánea. La década de los 50 —la que el diccionario Oxford establece como el inicio del rock y del pop— es el punto de partida de esta nueva música popular contemporánea.

El rocanrol se desarrolla en los 50 a partir de acelerar el blues y robustecer el soul, géneros negros de música popular estadounidense. A ello se añade otro desarrollo tecnológico no menos importante que el de la grabación musical en soportes físicos: la electrificación de la guitarra y del bajo. Entonces, si el rock evoluciona desde estilos populares de música tradicional, el rock ya no es tradicional. Es decir, el rock no es folk. El rock es música popular contemporánea. En otras palabras: el rock es pop.

He aquí la primera mentira desmontada del rocanrol. El rock no es el antónimo del pop. El rock es casi lo mismo que el pop; si es que éste, el pop, se puede delimitar como género. Pero lo que sí queda muy claro aquí es que el rock pertenece al pop; porque esto, el pop, es un conjunto de músicas populares contemporáneas y no un género definido. El rock, junto a la disco, el rap o el reguetón —por poner algunos ejemplos—, son músicas populares contemporáneas. Y todas las músicas populares contemporáneas son pop.

Guns N' Roses anuncian fechas en España
Guns N’ Roses en una de sus visitas a España.

2. El rock es alternativo y el pop es comercial.

Desmentido el supuesto binomio antitético «rock-pop», habría que averiguar qué hay de cierto en el halo alternativo que suele desprender el concepto «rocanrol». Cuando brotaron las músicas populares contemporáneas en la década de los cincuenta, el rock ocuparía pronto un puesto hegemónico. Primero, en los países anglosajones, donde superó a los cantantes melódicos y al smooth jazz como números uno en ventas. Desde ese instante, la música de guitarras eléctricas y ritmos corpulentos dominaría el mercado en las siguientes cuatro décadas. Sí: nada más y nada menos que cuatro décadas en las que los grupos de rock, en sus vertientes más afamadas de cada momento (psicodelia, progresivo, new wave, grunge…), han reventado el mercado occidental: Beatles y Stones en los 60; Eagles, Fleetwood Mac, Pink Floyd, Led Zeppelin y Meat Loaf en los 70; AC/DC, Bruce Springteen, Dire Straits y Guns N’Roses en los 80; y Nirvana, R.E.M. y Metallica en los 90. Sin olvidar el verdadero artífice del éxito comercial del rock durante el segundo lustro de los cincuenta: Elvis Presley, ladrón de ritmos afrodescendientes de Estados Unidos e icono del buen blanquito norteamericano.

En España y en otros países castellanoparlantes, desplazar el dominio de la música melódica y del folclore nacional se antojó más difícil que en el mundo anglo. Pero la música de guitarras eléctricas lograría también un éxito paralelo, una falsa música alternativa a la hegemónica, que en cada una de las décadas mencionadas ha tenido su sitio en el mainstream patrio: el yeyé de los 60 y 70 (Los Brincos, Los Bravos, Conchita Velasco, Karina), el rock progresivo de raíces (Triana), el nuevo rock urbano (Burning, Leño), toda la nueva ola ochentera (Los Secretos, Radio Futura, Nacha Pop) y la consolidación de esta como «rock de estadio» durante los noventa (Héroes del Silencio, Loquillo, Extremoduro). Por nombrar algún referente hispanoamericano de éxito, Argentina parió el rock más comercial del cono sur (Soda Estéreo, Enanito Verdes, Charly García, Fito Páez) y México no quedó atrás con el éxito abrumador de Maná.

Probablemente muchos de nuestros estimados lectores no consideren «rock» a buena parte de los grupos hispanos aludidos. Puede que en nuestras esferas alternativas, el éxito comercial del rock en español se pague más caro que el éxito comercial del rock anglosajón. Asimismo, al rock en nuestro idioma se le exige mayor pureza. Y esta pureza obliga a los artistas bien a asemejarse lo más posible a la raíz inglesa (en los noventa, lo más alternativo en España era cantar en inglés, aunque Dover, Australian Blonde o Undrop sonaran en anuncios de refrescos de cola) o bien a acentuar los rasgos más ásperos del rock. Así, el españolito medio tiende a tolerar los medios tiempos e incluso las baladas del rock en inglés (y, en general, la rama más poética y sensiblera de este); pero por el contrario le exige más contundencia y mucha agresividad al rock en español porque, de no ser así, no será rock, sino pop. Como mucho «pop-rock», pero siempre «pop» en sentido despectivo.

Volvamos ahora a la definición de «pop» como estilo musical cincuentero que, al igual que el rock, se estructura en ritmos potentes y melodías pegadizas. La diferencia que estableció David Hesmondhalgh (recordemos: rock, más lascivo; pop, más casto) se traduciría en una dulcificación de las melodías y de los ritmos. Pero lo que han observado otros estudiosos es que la verdadera diferencia entre el rock y el pop es recalcada por la mayor o menor conservación del germen negroide. Las principales músicas populares contemporánea surgen del soul y del blues. De aquí brotan el rocanrol, primero negro (Rosetta Tharpe, Chuck Berry, Little Richard) y luego blanco (Elvis). Pero también brota el sonido Motown, perpetrado y propalado por artistas afroamericanos como The Miracles, The Temptations, The Supremes o los Jackson Five. En aquellas décadas —los 60 y los 70— los negros de Estados Unidos tenían prohibido por ley alojarse en los mismos hoteles que los blancos, tampoco podían comer en los mismos restaurantes y tenían que usar aseos diferentes. Para aquellos años, el rock ya se lo habían apropiado los blancos, que nombraron rey a Elvis Presley. A la par, el resto de músicas provenientes del soul y del blues tuvieron que quedarse en el saco del pop. Un artista negro de la Motown, Michael Jackson, fue proclamando rey, pero rey del pop. El pop fue así entendido como algo menor al rock. El pop es negro. El rock es blanco. Sí, queridos lectores: La dicotomía «rock-pop» tiene este turbio origen supremacista.

Para más señas, en los años 70 el rock blanco se profesionaliza. Los músicos perfeccionan su técnica a los instrumentos, siendo especialmente valorado el virtuosismo a la guitarra eléctrica. También los conciertos salen del mugriento garito para emplazarse en espacios abiertos con grandes escenarios, impresionantes equipos de luces y hasta montajes escénicos de primer nivel. En esta década, el rock (el rock blanco) pretendía salirse del pop. El rock no quería pertenecer a la música popular y fantaseaba con dar un salto más allá para encaramarse a las músicas de respeto académico. Algunos, como Pink Floyd, se atrevieron a llamarse «sinfónicos», creyéndose una orquesta clásica en vez de una agrupación popular. El rock, en su intento de desligarse del pop, no hizo más que aburguesarse, que tomar el ascensor social de la ideología neoliberal para subir unas plantas más arriba. Abajo, en el sótano, dejaron a los negros, como ya vimos, pero también a otros colectivos de la clase obrera —esa que a finales de aquellos setenta explotarían en el punk—. La dicotomía «rock-pop», además de racista, es también clasista.

3. El rock se compromete con las clases desfavorecidas.

Visto ya cómo el rock blanco formó parte de la cultura racista de los Estados Unidos en los 60 y cómo se enraizó con el inicio de la era neoliberal en los 70, nada quedaba ya de alternativo y, mucho menos, de antisistema en el orbe roquero. El único sistema que derribó el rock primigenio fue el moral. La represión sexual de la iglesia anglicana, enfatizada desde el siglo XIX durante el mandato de la reina Victoria de Inglaterra, encontró en el rocanrol de los 50 su mayor oponente. La población negra, corporalmente policéntrica y musicalmente más dada al ritmo sincopado, contorneaba sus cuerpos al son de una música que, cantara lo que cantara, desprendía sensualidad y atrevimiento a ojos del ciudadano blanco. El movimiento de caderas de Elvis inspiró un rock deslenguado y provocador, que empuñó la temática afectivo-amorosa como arma. El rock blanco, al contrario que el negro, no contó con demasiadas representantes femeninas. Así las cosas, el punto de vista netamente masculino ha hecho envejecer muy mal a este rock sexualmente disidente. Al igual qu el cine español del destape, donde se mostraban pechos por doquier solo porque antes estaba prohibido por el nacional-catolicismo, el rock anglosajón contaba historias de sexo fácil, en los que la mujer era reducida a un juguete sexual. El contenido machista del rock anglosajón se infló con el tiempo, siendo muy habitual contar historias de violaciones («Brown Sugar» de Rolling Stones») y de asesinatos («I Used to Love Her» de Guns N’Roses). El rock no ha tratado de acabar con el sistema heteropatriarcal, sino que lo ha venido apuntalando hasta nuestros días. Himnos roqueros del siglo XXI vomitan letras tan asquerosamente machistas como «Are You Gonna Be my Girl» de Jet. Y si la barrera idiomática supone una excusa, en España se han escrito estrofas misóginas que hemos cantado todos en conciertos de Los Ronaldos, Loquillo o Los Planetas.

Además de comercial, el rock hegemónico ha sido y sigue siendo racista y machista. El surgimiento de bandas como Måneskin (en la foto principal), igual de celebrados por los puristas del género que por el jurado de Eurovisión, no hace más que ponerlo de manifiesto. Pero en occidente seguimos tapándonos los ojos con la venda anglocapitalista.

LOQUILLO
Loquillo, tótem del rocanrol español.

4. El rock es antisistema.

Si el sistema occidental es turbocapitalista y neoliberal, y la sociedad resultante es machista, homófoba, racista y clasista, queda demostrado cómo el rock es un acicate del sistema y en absoluto una amenaza para este. Incluso el punk fue muy pronto absorbido por el neoliberalismo y, aunque sus feligreses presuman de autogestión y suficiencia (ya no entran aquí «vendidos» como Green Day, Sex Pistols o El Drogas), el colectivo punk no deja de ser a día de hoy un reducto posmoderno de la era de la red social, pues basan su ideología en un estilo de vida superficial en el que priman la estética diferencial, el discurso epatante y el consumismo obediente. Un consumismo, eso sí, interno y antiglobalista. Pero consumismo al fin y al cabo. Los punks actuales del mundo hispano se han asimilado al viejo roquero: son puristas y reaccionarios, ven «comercialidad» en cualquier innovación sonora o mejoría técnica, y reducen su noción de «alternativo» a cualquier canción agresiva y henchida de testosterona. Los punkies son los nuevos «pollas viejas».

Del punk floreció el ideario indie. Primero, como organización discográfica que alardeaba de independencia con respecto al gran negocio de la música. Luego, como conjunto de subgéneros roqueros que rehuyen el virtuosismo y la épica de los setenta: el post-punk, el noise, el shoegaze… Y, en España, como rock alternativo al establecido, incluyendo en «establecidos» tanto a los grupos de estadio (Héroes del Silencio) como a trasnochados machirulos ya nombrados (Loquillo). Pero la suavidad del indie-rock español (indie-pop según los puristas) lo convirtió en demasiado amable para el sistema, que pronto lo devoró. Y no lo hizo dándole un bocado a las discográficas independientes, sino que se abalanzó sobre la industria de los festivales de música. Lo que antaño era Woodstock en Estados Unidos o Canet Rock en Cataluña, hoy son macroeventos de rock festivo patrocinados por grandes marcas de cerveza y otras empresas filocapitalistas como bancos, automóviles, gafas de sol o portales inmobiliarios. Se llame Azkena, Mad Cool o Primavera Sound, todo el rock de festivales ya dejó de ser alternativo. Nada que ver con el espíritu indie de los noventa. Ahora los festivales de rock se comportan como las emisoras de radiofórmula: los grupos que giran en macrofestivales como cabezas de cartel son los nuevos «discos rojos» de Los 40 Principales.

5. El rock es mejor que la música local.

En el proceso de alienación capitalista, que lleva consigo un fenómeno de aculturación, venimos desde tiempos de Franco abandonando nuestro folclore, nuestro pop tradicional, en pos de una música popular contemporánea muy alejada de nuestra condición. Menciono a Franco con intención, pues su régimen trajo a España las bases militares estadounidenses. Por medio de ellas, entró el rocanrol en España. También en los últimos 80, los acuartelamientos yanquis de Zaragoza y Torrejón fueron cruciales para la entrada del rap. Lo decía con ironía el cómico argentino Darío Adanti: «No entiendo por qué en España odian a Franco. ¡Si gracias a él llegó el rock!».

Se puede explicar, también por el franquismo, que el sector poblacional más arrimado a la izquierda sienta aversión hacia el folclore patrio. El nacionalismo español nos hizo tragar con embudo expresiones populares como la copla, el flamenco o la jota aragonesa. Tampoco hicieron mucho bien programas hispanófilos como 300 Millones que, por emitirse en la televisión nacional de entonces, extendió entre las gentes progresistas la repulsa hacia todas las músicas en nuestro idioma.

Lo que no se entiende es que el rock anglosajón —capitalista, racista, machista y clasista— cuente con el beneplácito ya no solo de la población española en general —no hay que sorprenderse de que roqueros como Sherpa se muestren abiertamente de derechas—, sino de los colectivos de izquierda en particular. Tanto o más combativos que el rock fueron la rumba española de arrabal o la salsa nuyorriqueña. Los corridos mexicanos, especialmente el narcocorrido, no pueden ser más antisistema. Y el reguetón… ¡Ay, el reguetón! Todo lo que tenía que decir del reguetón ya lo dije en este artículo, pero valga este resumen: el reguetón es música de clase obrera, popular, urgente, apegada a la tradición local y que, por mucho que existan algunas letras desmesuradamente sexuales, el reguetón jamás ha alcanzado el nivel de misoginia que sí destila el rock de los países angloparlantes.

Urge replantearse la situación. Ninguna revolución obrera ha unido a un pueblo sin que paralelamente haya profundizado en sus raíces y haya engrandecido sus costumbres. La cultura anglosajona y hegemónica del rock es una cultura invasora, depredadora. Hay que acabar con ella. Podría haber escrito esto para defender que el rock con acento regional —las acertadas fusiones entre rock y flamenco, cumbia y rock, salsa y rock, etc.— también es rock, pero sería una tarea inútil. El rock está excesivamente implantado en el cerebro del purista alienado, por lo que intentar convencerle de que otro tipo de rock es posible supone una monumental pérdida de tiempo.

Santiago Auserón en su recomendable ensayo El ritmo perdido llega a proponer una alternativa a la palabra «rock» con el fin de incorporar un nuevo y más elástico vocablo al acervo lingüístico del idioma español. Esta palabra ya existe y es «rumba». ¿Qué hace un roquero español sino rumbear? ¿Acaso la rumba no se traduce en subgéneros tan variopintos como los que hay en las ramificaciones del rock? Pero el propio Auserón reconoce que no sería viable consolidar «rumba» como sinónimo de «rock» y que este seguirá teniendo apellidos como «rock latino», «rock hispano», «rock español» o «rock en español». Apellidos que son en verdad adjetivos especificativos; es decir, que especifican el tipo de rock al que alude. El rock está muy afianzado en su condición de cultura anglosajona. El rock español o latino será, tristemente, un género menor del rock.

Hoy, 13 de julio, al igual que los 12 de octubre, no hay nada que celebrar. Solo podemos reflexionar y proponer un cambio. El semántico es, en esta era posmoderna, un interesante punto de partida. Pop en vez de rock. Pop con orgullo, sin ningún atisbo de desdeño. Pop como lo que es: música popular contemporánea. Contemporánea, porque es de nuestro tiempo. Popular, porque pertenece a nuestros pueblos, a nuestras raíces, a nuestras tradiciones. Musicalmente tenemos un panorama de rock… Perdón, de pop muy interesante: Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Rodrigo Cuevas, Guadalupe Plata, Baiuca o Compro Oro son algunos ejemplos de arrebatos folclóricos llevados a la música moderna. Pero Carolina Durante, Monte Terror, La Paloma, Biznaga o Somos La Herencia continúan una especie de tradición reciente, forjada en los 80 y 90, de un pop alternativo copiado del inglés y del estadounidense pero amoldado a nuestra lírica y, por ende, a nuestra usanza musical. ¿Y qué decir de las llamadas músicas urbanas o del nuevo pop de dormitorio? RVFV, Casero, Sen Senra, Depresión Sonora… Una mixtura de influencias occidentales entre las cuales lo hispano acaba por inclinar la balanza hacia nuestra cultura.

Hoy 13 de julio de 2023 a lo mejor es el día en que tenemos que acabar con el rock.