«Las cosas que perdimos en el fuego», de Mariana Enríquez
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Reseña de Las cosas que perdimos en el fuego, la novela de Mariana Enríquez.
Autora de Nuestra parte de noche, no es nada gratuito afirmar que dicha novela es, sin duda alguna, una de las diez más importantes de lo que llevamos de siglo: la consumación de una trayectoria que tuvo como verdadero punto de inflexión el libro de cuentos que hoy nos atañe.
En Las cosas que perdimos en el fuego, nos encontramos con la esencia de un ser dotado con el don de la hibridación genérica como generador creativo. En dicho caleidoscopio estilístico, las raíces del misterio son básicas a la hora de poner raíles sobre narraciones que juegan entre el “coming of age” y la extrañeza que brota del realismo carveriano. Entre ambos extremos, emerge una serie de situaciones donde los sentimientos que marcan el tic-tac de nuestro día a día se topan ante la universalidad de los mismos. Eso sí, siempre desde narraciones que ondean el círculo de las sombras, uno donde la luz anida en un ramillete de personajes twinpeakianos con los que empatizar no es lo que se busca, sino una perspectiva, definitivamente, obtusa de los engranajes de los misterios que dan cuerda a la vida, tanto a la terrenal como a la sobrenatural.
En este sentido, tanto este libro como Los peligros de fumar en la cama conforman una especie de díptico indispensable para toda mente necesitada de savia nueva en los significantes del relato, pero sobre todo para quienes pensaban que todos los palos del terror estaban más que manoseados.
Ya sea desde su incursión en la magia negra o a través del asesino en serie de nueve años, Petiso Orejudo, Las cosas que perdimos en el fuego funciona como una especie de acercamiento a los postulados King de “Creepshow”, pero desde la terrorífica cercanía que bordea entre las rutinas vitales reconocibles y el absurdo cotidiano que siempre anida en las sombras. En una palabra, sublime.