Deliver Me from Nowhere: El silencio después del ruido

Por Alexis Brito Delgado 0

Deliver Me from Nowhere

Un hombre roto, agotado por el peso de la fama y del propio mito que él mismo ha creado. Deliver Me from Nowhere retrata a Bruce Springsteen en uno de los momentos más introspectivos de su vida: el tránsito entre la euforia de The River y la desnudez emocional de Nebraska. La película explora ese miedo profundo a perder sus raíces, su esencia y el contacto con Freehold, el lugar del que vino y al que pertenece.

Inspirado por Flannery O’Connor y por el universo moral de Malas tierras, el protagonista da forma a un nuevo yo artístico. Lejos del sonido exuberante de la E Street Band, surgen canciones sobre la soledad, la culpa, la pobreza, el crimen y la pérdida del sueño americano. Entre forajidos, almas heridas y carreteras interminables, nacen piezas tan bellas como dolorosas —«Mansion on the Hill», «My Father’s House», «Used Cars»—, donde la relación con su padre, Douglas Springsteen, se convierte en un espejo constante de sus heridas.

El film muestra a un artista que regresa a sus orígenes: bares de carretera, escenarios pequeños, la humildad del oficio. A pesar de la fama y el dinero, Springsteen conserva la mirada del músico de barrio, sin arrogancia ni artificios. Frente a los excesos típicos del rock —drogas, groupies, autodestrucción— aquí encontramos sobriedad y realismo.

El retrato intimista que propone el director Scott Cooper se aleja del biopic convencional. La estrella solo aparece en la secuencia inicial, en una poderosa interpretación de «Born to Run». El resto del metraje nos sumerge en la soledad de un hombre que escribe canciones como exorcismo. No hay estadios, ni multitudes, ni luces cegadoras: solo un individuo, su guitarra, una grabadora de cuatro pistas y la mezcla de pureza y brutalidad que coexisten en el corazón de Estados Unidos.

La relación rota con su padre alcohólico marca toda la narración. Ese amor mezclado con miedo y resentimiento define la herida fundacional del artista. Bruce visita una y otra vez la casa vacía de su infancia: un lugar fantasma donde se gestan sus obras maestras. Deliver Me from Nowhere sugiere que el arte nace del dolor; que las canciones son intentos de llenar un vacío imposible.
Sobria y elegante, la película evita cualquier tentación mitificadora. Todo gira en torno a la grabación de Nebraska, un disco que la discográfica Columbia recibió con desconcierto: un álbum acústico, sin hits, sin portada llamativa, sin intención comercial. Fue un suicidio artístico, pero también una declaración de principios. Springsteen luchó obsesivamente por conservar el sonido áspero y doméstico de la maqueta original, una decisión que lo llevó a meses de frustración y mezclas interminables.

Destaca su relación con John Landau, más amigo que representante, el único capaz de entender la necesidad de autenticidad del protagonista y su rechazo a los mecanismos de la industria. Por otro lado, el vínculo romántico con Faye Romano, una madre soltera, añade una capa íntima al retrato: revela la incapacidad del músico para construir lazos estables, su miedo a repetir los errores paternos. En el fondo, Bruce se parece más a Douglas de lo que quisiera admitir. Por eso vive aislado, huyendo siempre hacia adelante. El encuentro con un terapeuta hacia el final —uno de los momentos más potentes del film— funciona como catarsis: cuando la máscara cae, aparece el hombre real, vulnerable, hecho pedazos.

En cuanto a las interpretaciones, Jeremy Allen White capta con precisión la vulnerabilidad y el conflicto interno del personaje de Springsteen, en plena transformación creativa. Jeremy Strong transmite con solidez la figura de apoyo y, al mismo tiempo, de tensión que representa Landau, mientras que Stephen Graham aporta una presencia contenida pero emocionalmente cargada al retratar a Douglas, pieza clave en el trasfondo familiar del protagonista.

Deliver Me from Nowhere es, en esencia, una reflexión sobre el precio de la integridad y la fragilidad del creador. Un film contenido, humano, que devuelve al rock su poder más puro: convertir el sufrimiento en belleza.