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Adiós al Madchester Club

Por Jose A. Rueda 0

El Madchester Club, la sala de conciertos más emblemática de Almería, ha anunciado su cierre después de una década en activo.

Hacía días días que la noticia se difundía de boca en boca por las calles almerienses. Hasta que el pasado domingo 15 de agosto su cuenta oficial de Facebook publicaba un extenso mensaje en el que se confirmaba lo peor: la sala Madchester cierra. Erlinda Yañez, gestora del club junto a Jose, firma el sentido texto de despedida, en el que reconoce «obstáculos y negativas» por parte de las administraciones, que en las últimas semanas habían forzado la cancelación de la agenda de conciertos.

El Madchester Club se une a la lista negra de empresas del ocio y la cultura que no han podido superar la crisis de la covid-19. Desde que el 13 de marzo de 2020 comunicaran la suspensión de las actuaciones previstas, la discoteca almeriense ha zigzagueado entre nuevos modelos de bar (apertura vespertina, mesas y sillas, servicio de café) y otras propuestas culturales (teatro, humor, sesiones chill-out), todo acorde con la normativa impuesta por la inacabada emergencia sanitaria.

Pero nada de esto ha evitado el más triste de los desenlaces. A pesar de que Erlinda aseguró que «cerrar nunca había sido una opción», más de un año en tal tesitura y un horizonte cada vez más difuso han obligado a bajar definitivamente la persiana.

Además de ser la sala de conciertos de referencia en la capital almeriense, Madchester era el único garito de música alternativa abierto hasta altas horas de la madrugada. Cuando todos los bares del centro de la ciudad apagaban las luces de neón, la población underground ponía rumbo al parque Nicolás Salmerón, frente al puerto, el privilegiado enclave donde se ubicaba la Madchester. Su condición de discoteca de última hora explica la no rentabilidad como bar de tarde-noche, carácter provisional que tomó por motivos pandémicos y que el público almeriense no ha sabido asimilar. Por tanto, la programación cultural de la sala era vital para hacerla beneficiosa durante las primeras horas de la noche. Pero esta programación se ha visto truncada una y otra vez por leyes cambiantes —unas veces comprensivas y otras injustas— que han mandado al hoyo a la cultura, primera damnificada de esta crisis del coronavirus.

Los inicios: el Madchester Pop Bar.

El Madchester Club habría cumplido diez años en noviembre. Pero antes de su nacimiento oficial en 2011, hubo un antecedente en forma de pub. En 2003, Loren Núñez y Antonio Medina, dos activistas musicales de la ciudad, idearon el Madchester Pop Bar, «una vieja fantasía que teníamos. Un garito en el que pudieras beber sentado en mesas y que alguien pinchara indie clásico oscuro, tipo The Cure, The Smiths, etc.», recuerda Loren (a día de hoy, codirector del pujante sello Desorden Sonoro).

Sito en la céntrica calle Padre Santaella, al primer Madchester se asociaron David, Fernando y, sobre todo, Adri Buendía, conocido con el alias de Chuch DJ y actualmente involucrado en la organización del Plastic Festival. Entre los cinco erigieron el primer templo indie de Almería en una época en la que ser «indie» aun significaba escuchar guitarras distorsionadas y sonoridades post-punk (Strokes, Libertines, Franz Ferdinand, LCD Soundsystem, Arctic Monkeys, Vampire Weekend o TV on the Radio se entremezclaban con nuestros Planetas, Maga o Deluxe). Al poco de inaugurar, habilitaron el sótano para la música en directo, donde unos veteranos como Sex Museum, unos imberbes Second o unos principiantes Pony Bravo estrenaron aquel tablao alternativo de la ciudad.

Unos problemas burocráticos con los antiguos inquilinos del local provocaron su cierre cuatro años después de su estreno. Corría el 2007 y, aunque tuvieron que pasar otros cuatro abriles, la semilla del Madchester ya había germinado.

Logo de la Madchester desde sus comienzos.

Primera etapa: 2011-2015.

En 2011 se mudaron a la vieja Casa Ferrera, unos centenarios grandes almacenes en el parque Nicolás Salmerón, cerca del puerto de Almería. En los azulejos del edificio aun se leen los productos que vendían: ferretería, perfumería, muebles, efectos navales… La Madchester encontró su sitio en el local de la esquina, uno que había albergado hasta entonces diversos clubes de «gente bien», unas veces con sonidos bailables ibicencos y otras (las que más) con las machaconas canciones latinas de todos los veranos. El último propietario de la discoteca fue el grupo Dolce Vita, los mismos que montaron al lado la Mae West: un santuario pachanguero que extendió su marca a la vecina Granada donde aun pervive arraigada en el ocio nocturno nazarí y siendo carne de canciones de Dellafuente.

La nueva Madchester del parque Nicolás Salmerón pasó a apellidarse Club y abrió sus puertas a finales de aquel 2011. De sus cinco gerentes originales, continuaron Loren, Antonio y Adri, a los que se sumaron tres inversores. Juntos prosiguieron con la idea de convertir el Madchester en una sala de conciertos, para lo que darían vida al peculiar escenario del local. Se situaba en un rincón, de forma semicircular, y no se sabía muy bien (cada cantante lo ha adaptado a su manera) si miraba hacia la barra o hacia la entrada de la sala (en términos futbolísticos, «hacia el palo corto o hacia el palo largo»). El caso es que los primeros artistas en subirse a él lo hicieron fruto de la casualidad.

El promotor almeriense Víctor Sola había dejado de organizar el festival Espantapitas para mutarlo en el más moderno Playmusic, cuya segunda edición jamás se celebró por problemas económicos. En su lugar, trasladó parte de los conciertos contratados (Juan Perro, Fundación Tony Manero, Hora Zulú) a un ciclo bautizado como InDirecto, que se esparciría por varias salas de la ciudad más una en el Cabo de Gata. DePedro estaban programados para mediados de diciembre en el Madchester Club. Antes, Mendetz y Fundación Tony Manero iban a tocar al aire libre en la discoteca Chamán de la playa de Los Escullos, pero una tormenta invernal imposibilitó el concierto. En el último suspiro, Víctor reubicó el de Mendetz en la nueva Madchester, actuando finalmente el sábado 3 de diciembre de 2011. Fue el primer concierto en la historia de la sala.

Al poco llegaron las programaciones estables: agendas en las que se leían los nombres de Cooper, Disco Las Palmeras!, Zahara, Najwa Nimri, Maga… Con cada bolo, el Madchester Club mejoraba el sonido, ampliaba la oferta y se afianzaba en el mapa de las giras españolas. Con un aforo inferior a las trescientas personas, el club tuvo momentos para el recuerdo. Muchos. Sería imposible quedarse con unos pocos. Por mencionar algunos, destacaría uno de los primeros bolos internacionales: el de los noruegos Kakkmaddafakka, cuya gira de 2016 —democráticamente elegida por el propio público— paró en el Madchester almeriense del mismo modo en que lo hizo en Ochoymedio (Madrid), Apolo (Barcelona), Wah Wah (Valencia), Oasis (Zaragoza), REM (Murcia) o Industrial Copera (Granada).

La Madchester (siempre se utilizó el artículo indistintamente en masculino o en femenino, ya fuera por la sala o por el club) atestiguó los comienzos de bandas que se harían muy grandes, como Izal, Miss Caffeina, Viva Suecia o Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. Y devolvió al underground a artistas acostumbrados a los grandes recintos, como Ariel Rot, Obús o Reincidentes. J de Los Planetas visitó un par de veces el club (para ver a sus amigos Él Mató a un Policía Motorizado y La Bien Querida), llegándose a rumorear una actuación planetaria por allí. Nunca ocurrió. Pero la cercanía con Granada ha traído, hasta su cierre, muchos nombres propios de la ciudad de la Alhambra: Lagartija Nick, Niños Mutantes, Eskorzo, Apartamentos Acapulco, Harakiri Beach… Exactamente igual que con Murcia, de donde el equipo del Madchester invitó a Second, Viva Suecia, Varry Brava o Perro.

Sr. Chinarro actuando en acústico en 2013.

Última etapa: 2016-2021.

Para 2015, Adri y Loren habían abandonado el barco. Los compromisos paternales y el desgaste propio de un negocio que había encontrado seria competencia en la ciudad, los movió a desvincularse de la sociedad empresarial. En esta solo quedaba Antonio como miembro primerizo, unido a Fran, Carlos y Javi. En septiembre de aquel año ya tenían la sala en traspaso, justo cuando se incorpora Erlinda a la plantilla. Aunque ella y Jose venían de otras experiencias en el ocio nocturno de la ciudad, tomar el timón de la Madchester se les hacía grande: «Nos tiramos a una piscina olímpica cuando aun usábamos flotador», recuerda Erlinda. Pero lo hicieron. Fue un 16 de enero de 2016 con Eskorzo sobre el escenario.

Los nuevos capitanes del Madchester se hermanaron con la incipiente empresa A la Carga Producciones, una promotora de conciertos que parió las primeras ediciones del festival The Juergas Rock y —reconvertida en Crash Music— ha sembrado Almería de varios eventos consolidados: Candil Rock, Huércal Live, Festival Murmura y, sobre todo, Cooltural Fest. Con la nueva dirección, la Madchester se abrió a distintos géneros musicales, especialmente la electrónica. Tampoco ha ensordecido ante las novísimas propuestas urbanas (trap, neo-soul y rap de la nueva escuela) y, como se decía al principio, ha ofrecido su estrado a otras expresiones escénicas como la comedia y el teatro.

La segunda etapa de la Madchester gozó así de una heterogeneidad que la hizo querida por toda Almería, ya fueran rockeros, hipsters, raperas o punkis. Y ha servido de catapulta para la escena almeriense: Nixon, Loudly, Wi Bouz, Galaxina, Monte Terror, Compro Oro, Los Summers, Los Fishboy, Adiós Caballos, Silver Poppy… Pero sobrevino la maldita pandemia y la discoteca entró en la UCI hasta morir. «Nuestros ahorros los perdimos dos meses después del cierre forzoso. Los pagos fijos seguían corriendo, uno de ellos el de Hacienda. Aquello no hacía más que subir», nos cuenta Erlinda.

Ahora, con la incertidumbre de saber la fecha en que acabará esta pesadilla (y si la música en directo regresará al formato por la que siempre la conocimos), Almería se queda completamente huérfana. Aparte de un par de bares que, antes de marzo de 2020, organizaba actuaciones eléctricas en vivo, las salas de conciertos de tamaño mediano ya no existen en esta esquina de la Península. De salas de gran tamaño, ni hablamos (el Haris Club, antigua discoteca Jala-Jala y Génesis, fue el efímero último intento. Ahora es un solar junto a una gasolinera).

Los grandes eventos, de inversión pública y patrocinio privado, son la única esperanza que alumbra la música en directo en Almería. Y eso (ya lo denunciaba Nando Cruz poniendo el ejemplo de Barcelona) no asienta ninguna base para una cultura musical en esta ni en ninguna ciudad. Los bares de acá (La Cueva, La Caverna), las asociaciones culturales (La Guajira, Clasijazz, La Resistencia) y las pequeñas salas (la oficialmente difunta Madchester) son las que crean cimientos culturales: puntos de encuentro de artistas, discográficas, promotores y, por supuesto, público. Sin esta estructura, la cultura (musical y no musical) se muere. Sin el Madchester Club, Almería se ha quedado aun más desierta.

Foto de portada: The Dry Mouths en concierto (año 2017), por Reich para Madchester Club. En memoria de Andrés Reyes.

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